Sobre la oscura relación entre los ordenadores y el nivel educativo
En un debate áspero para discutir medidas contra la crisis económica en la que España está ya posicionada la última (contra todo pronóstico oficial), el presidente Zapatero ha prometido medio millón de ordenadores a los estudiantes de quinto curso de Primaria (Toda la Prensa,12 mayo 2009).
Con esto de la continua variación padecida por los planes de estudios desde que Educación es un Ministerio importante, posiblemente haya gente muy mayor que ya no sepa bien qué relación guarda el actual plan de estudios con aquel que constaba de un bachillerato de seis o siete años, con su Preu, o su COU.
Después de haberse quitado y recompuesto tantas veces la camisita y el canesú de las enseñanzas primaria y secundaria obligatorias, y reducido a su quintaesencia sutil el bachillerato y hasta los divertidos estudios universitarios, es lógico que algun@s de los que peinan canas (teñidas o no) se pregunten cuál es el objetivo de un plan de estudios, cuando no existe planificación aparente del mismo.
Pues bien, pelillos a la mar. Estos niños y niñas a los que les vamos a regalar, cuando vuelvan de sus vacaciones este verano un ordenador portátil, tienen, en general, diez u once años.
Su nivel de sabiduría debería corresponder a aquel tedioso examen de ingreso, verdadera ceremonia iniciática, que se hacía con diez años, y para cuya superación era imprescindible saber redactar como hoy lo harían los mismos ángeles -con dos falthas de hortografia te trinkaban, tronko- y resolver problemas de aritmética que hoy se estudian en segundo de bachillerato (diecieséis años de edad de calendario).
Perdón. Pequeña corrección. Puede que algunos alumnos actuales tengan la edad que correspondía al primer curso de un entonces llamado bachillerato elemental, en donde se estudiaban, seguramente elegidas por azar, materias devenidas inútiles como Geografía e Historia de España, Lengua española y Literatura, Historia Universal, Geometría, Religión, Francés, Alemán o Inglés, e incluso algo de Latín.
Los alumnos recibían notas cada quincena y, horror, se les situaba por orden de calificaciones. Había profesores que te largaban el borrador o la tiza si te distraías y, como no había ordenadores ni teléfonos portátiles ni móviles, se leía y jugaba mucho al aire libre.
Se leían tonterías, desde luego: TBOs, Historietas del Capitán Trueno, Historia Sagrada, Cuentos de Guillermo Brown, novelitas de Emilio Salgari y Julio Verne, etc.
Aquellos niños no tenían, al parecer, ni idea de las cosas necesarias para la vida.
Ignoraban prácticamente todo. Elucubraban, ya casi con la regla o con poluciones nocturnas, de dónde venían los niños y, desde luego, desconocían cómo se hacían (aunque algo sospechaban); los dilemas que se les invitaba a proponer para hacer las clases de Religión más divertidas, abrían debates apasionantes: qué debería hacer una mujer si entraba en su cuarto un hombre malo y estaban abiertas las ventanas; cuánto tiempo quedaba para la conversión de los chinos y los rusos; quién debería ser salvado si una parturienta y su hijo estaban en peligro de muerte simultáneo; qué había de pecaminoso en verle la espalda desnuda a Sofía Loren en Los cañones de Navarone; etc.
Estos niños y niñas actuales, tendrán un ordenador para llevarse a su casa, que les permitirá chatear, hacer los deberes consultando Google, e incluso, saltarse el Canguro.net y divertirse enviándose fotografías y colgando vídeos en youtube.
¿Alguien pensó en enseñarles a leer los libros de sus atiborradas bibliotecas escolares? ¿Motivar a sus profesores? ¿Motivarlos a ellos con la aplicación de esas nociones de pedagogía que se estudian en las Universidades?
En el próximo debate sobre el Estado de la Nación, y como quienes no han podido disfrutar de las incongruentes prejubilaciones de los noventa, seguramente tendrán que seguir currando hasta que la Parca nos separe, proponemos que se regale a los que tengan más de sesenta años una calculadora, papel y lápiz, para que puedan expresarse libremente, aportando las soluciones que se les ocurran, además de calcular con exactitud el dinero que han aportado durante toda su vida al sostenimiento de ese Estado.
El franqueo del sobre, deberán, por supuesto, pagarlo los afectados por el brote de mala leche.
0 comentarios