Sobre la labor de los inspectores de educación
Los inspectores de educación españoles se han reunido en Palencia, en su XI Congreso (días 6 a 8 de octubre de 2010), para reflexionar acerca de la problemática de su profesión.
Resulta que -dicen- no están haciendo bien su trabajo, porque no les dejan. En lugar de dedicarse a ayudar a los profesores y a los centros a hacer mejor su labor educativa, se ven sepultados por un maremagnum de reclamaciones de padres y alumnos contra los maestros y profesores, quejándose de que estos educadores tratan tratan con crudeza a los educandos.
La enseñanza en España ha ido mal desde el principio de los 80 del pasado siglo, que es tanto como decir, con la llegada de la democracia. Duele mucho decirlo, pero así son las cosas; no se ha entendido bien lo que significa eso de que todos seamos iguales ante la ley y los servicios.
No se ha entendido que, para educar bien es imprescindible dar autoridad a los maestros, desde los primeros pasos del niño, y que los padres deben verse como los primeros y principales maestros de sus hijos y, más tarde, han de entender que los profesores prolongan, refuerzan y amplían esa formación, con su mayor conocimiento y dedicación.
Maestros y padres son un tándem esencial hasta que el niño adquiere el uso de razón suficiente (quizá a los quince, o a lo peor a los dieciocho años) para entender por sí solo que saber es más importante que comer; y que saber bien es básico para que el ser humano sea respetable, y que, en fin, los maestros y profesores son la forma que esta sociedad tienen de trasmitir lo que le es más valioso, el conocimiento.
No eran estas ideas (tan elementales, por lo demás) las que conforman hoy por hoy, el medio en el que desenvuelven los profesores su actividad. Por el contrario, encuentran que son muy frecuentemente los padres los que les minan la autoridad y, además, que la permisividad de dejar avanzar sin conocimiento a los niños, pasándolos con escaso bagaje intelectual -en demasiados casos- a la enseñanza secundaria, perjudica a todos.
Perjudica a los más avanzados de la clase, que se ven estudiando cosas que ya saben y se desmoralizan; perjudica a los profesores, que deben dedicar su atención preferente a los más torpes, descuidando la formación del grupo y, desde luego, de los más trabajadores. Y, para colmo, como ningún padre tiene un hijo torpe, deben aguantar la presión -a a veces, incluso física- de padres que creen que protegiendo a sus retoños y echando las culpas al maestro, consiguen algo de valor.
Los inspectores lo han sacado a la luz, otra vez, en este Congreso: la educación en España va mal desde el principio, porque los maestros no están haciendo su labor. No se les deja. Y los inspectores están ocupados en aventar fantasmas de padres que, incompetentes para serlo, echan la culpa de la falta de atención de sus hijos minando la autoridad de sus maestros.
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