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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el Día Internacional de los Sin Trabajo

El derecho al trabajo, reconocido en casi la totalidad de las Constituciones, es, en realidad, una engañifla múltiple.

En primer lugar, porque parte de la presunción de que al ser humano le apetece trabajar. No es así, en absoluto. El trabajo no da la felicidad. Es una carga, no un derecho.

Salvo algunos probables enfermos, que no pueden evitar estar siempre haciendo algo (y que los angloparlantes han decidido llamar workaholics, para resaltar su similitud que los alcohólicos), las personas normales lo que desearían es vivir estupendamente, sin tener que trabajar.

Porque el objetivo principal del trabajo para quienes no tienen la fortuna de ser ricos de familia (sin entrar en otras consideraciones de otros oficios o beneficios que tampoco implican exactamente poner el callo), es traer algunas alubias al pote diario. Si no trabajas, no te pagan, y si no te pagan, no comes. Así de simple.

Claro que algunos privilegiados por el sistema cobran cantidades desorbitadas no se sabe muy bien porqué, aunque se pueda intuir. Pero no deben preocuparse: nunca se investigarán las razones por las que se premia su dedicación.

Por otro lado, resulta que el Día Internacional del Trabajador, celebrado con tanta parafernalia (y se ha olvidado ya, porqué razones originarias), da cancha a un grupo de bienventurados -los "líderes laborales"- que calientan los motores mentales de los que tienen el trabajo y no están dispuestos, por supuesto, a perderlo.

No hay posibilidad de estar en desacuerdo con quienes defienden esa posición. Solo que no representan intereses generales, por mucho que lo disimulen. La defensa del puesto de trabajo por quienes ya lo tienen no es un derecho universal, porque lo que configura la universalidad es que todos, absolutamente todos, los que lo deseen, puedan acceder a un trabajo justo, digno, remunerado adecuadamente.

Los sindicatos y otras asociaciones laborales concentran sus reivindicaciones en pedir mayores ventajas para sus afiliados y para los que ya trabajan, cuando la coyuntura es favorable; y demandar que no se las quiten, cuando vienen mal dadas.

Sin voz real en ese colectivo, casi complementario a él, se encuentra otro, el de los Sin Trabajo. Seguramente, la mayoría jamás han estado sindicados. También hay autónomos entre ellos.

En los sistemas de mercado, se argumenta que el porcentaje de paro estructural -los que desearían trabajar y no encuentran trabajo, en época de bonanza total, es del 2% de la población activa. También se dice "que es bueno para el sistema" que exista incluso un 4% de gentes que se encuentren circunstancialmente Sin Trabajo porque eso facilita el estímulo y la creatividad, la movilidad laboral, la consecución de una mejor formación, etc.

Hoy, en España, los Sin Trabajo oficiales son más del 17%. Las asociaciones sindicales han salido a la calle en todo el mundo para pedir que no haya despido libre, que se conceda más liquidez a las empresas, para amenazar con conflictos si hay más regulaciones de empleo. 

La inmensa mayoría de los Sin Trabajo no tienen sindicatos que los defiendan. No pueden celebrar un día de fiesta, dejando de hacer lo que no hacen por motivos ajenos a ellos. Su derecho al trabajo es un globo desinflado. 

Acordémosnos hoy de los Sin Trabajo. Tienen necesidad de trabajar, y no encuentran dónde. No es que tengan ganas de currar, es que si no lo hacen, y sino cuentan con la solidaridad de los que trabajan, no tendrán qué llevarse a sus casas. 

Si por ellos fuera, se pasarían el día pescando, leyendo un libro, paseando por un prado, conociendo nuevas gentes, saludando a los pájaros o escribiendo poemas. Como nos gustaría a todos.

Hoy, en realidad, no tienen ganas de hacer nada. Seguramente, no estarán en la calle.

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