Sobre la responsabilidad ambiental y la crisis económica
Tenemos dos graves crisis instaladas en nuestra aldea global.
De una, es culpable el alegre comportamiento en las dos últimas centurias por parte de los países tecnológicamente más desarrollados, que basaron su crecimiento en la pirólisis de los combustibles fósiles.
De otra, es culpable el descontrol real enmascarado en un aparente rígido seguimiento de las transacciones y operaciones relacionadas con las perspectivas de generar riqueza en el futuro y que proporcionaron, especialmente a los países tecnológicamente más desarrollados, su bienestar presente (por supuesto, mayor bienestar cuanto más cerca se estuviera de la caldera en donde se cocía el desaguisado).
Las consecuencias de ambas actuaciones se estudian ya en las escuelas de negocios. El primer case study se relaciona con el aumento de concentración de ciertos gases en las capas altas de la atmósfera, cuyo efecto vaticinado sería el cambio brusco del clima de la Tierra, haciéndola inhabitable para los homínidos (entre otros), lo que tendrá lugar dentro de unos cincuenta años si no hacemos, según un par de miles de sabios, unas cuantas cosas imposibles. El aspecto menor de ese desastre anunciado es que la predicción del tiempo atmosférico se ha hecho mucho más problemática, tanto, que hasta los más viejos del lugar dicen no recordar calores ni fríos tan intensos.
La otra crisis que tenemos por aquí es la económico-financiera, que fue certeramente descubierta cuando ya se había instalado firmemente a vivir entre nosotros. Ahora sabemos que en el ovario de nuestra economía (hija única, por lo demás) no había solo una burbuja dispuesta a estallar, sino que nuestro modelo de desarrollo tenía muchas burbujas simultáneas, y que aquella desvergonzada copulaba alegremente en el mercado con cualquiera que le hiciera tilín. Ha vuelto a casa y la hemos acogido con cariño, aunque no sabemos aún que hacer con sus frutos, algunos de ellos, puros engendros.
El presidente Barack Obama ha pronunciado, mientras Europa dormía su sueño europeo, un discurso de salvación nacional norteamericana. Leído entre líneas, pretende resolver los dos problemas simultáneamente y conseguir el apoyo de los senadores del partido republicano. Se basa en dar más confianza a los que ya la tienen depositada en él. Promete apoyo a las energías limpias, defender las mejoras sociales para los más necesitados, estimular la formación de los jóvenes, exigir austeridad en los más ricos, e inyectar puntualmente más billetes al mercado, todo con mayor control.
Por eso, nos ha reafirmado en la ilusión de que esto puede arreglarse. A los que creemos firmemente que todos somos iguales, que tenemos forzosamente que entendernos, que no hay justificación para explotar a los más necesitados, que cualquier problema tiene solución si trabajamos todos juntos, con criterios firmes, coherentes y en paz.
Wall Street y la mayoría de las Bolsas mundiales han reaccionado a la baja. No lo ven claro, parece.
(A nivel más local, los violentos sin ideas siguen aprovechándose de la falta de unidad de los demócratas y del miedo de los pacíficos.
Nuestro monstruo terrorista en el País Vasco ha colocado una bomba en la sede del partido que tiene las mejores opciones para formar un gobierno de coalición en las elecciones que se celebrarán el domingo, día 1 de marzo de 2009.
Emilio Gutiérrez (1) de Lazkao, que causó algunos desperfectos a una herriko taberna como represalia a haber perdido su casa en el atentado, ha tenido que marcharse de esa tierra desgraciada, amenazado de muerte por "fascista" por la erróneamente llamada izquierda abertzale, ya que no están a la izquierda de nada, sino únicamente por debajo de la dignidad humana.
Por cierto: ¿Por qué los periódicos hablan de Emilio G. como si fuera necesario proteger su identidad? ¿Ante quién, ante los que admiramos el coraje de su acción y nos preguntamos, por ejemplo, por qué la administración pública no asumió de inmediato la compensación económica de su vivienda, destrozada en el mismo atentado?
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