Sobre la investigación judicial de la bajeza
Atención al juez León Garzón. Es una persona con una inmensa capacidad de trabajo, tiene carisma entre la mitad -al menos- de la población de a pie española, y dispone de un instrumento potentísimo, desde el punto de vista mediático: la facultad de utilizar el Código Penal de este país, lleno de párrafos en blanco -y hasta páginas-, para remover Roma con Santiago.
Especialista en disparar salvas y en fuegos de artificio, este omnipresente personaje surgido de las entrañas de la tradicionalmente anodina judicatura se ha empeñado en poner las cosas en su sitio. No lo conseguirá, obviamente, pero desde que nos hemos dado cuenta de su existencia -políticamente hablando, cuando iba para ministro del Presidente González- nos ha venido dando distracción y proporcionado cosas que hablar, a unos y a otros, y todo por muy poco dinero. Al fin y al cabo, en la Audiencia Nacional no parece que tengan, salvo él, mucho que hacer.
Tiene razón en casi todo. Y no porque se la demos nosotros, claro, sino porque maneja conceptualmente, como nadie, las verdades de Perogrullo, a saber y como ejemplo: la sociedad está dominada por unos pocos, que han venido utilizando los instrumentos disponibles, sean éticos, fiscales, judiciales o políticos, en su beneficio preferente, en todo lugar, en toda época, y con pretensión de impunidad entre los vivos y lugar de gloria entre los muertos.
Hora es llegada, pues, de revisar la historia, retornar a los orígenes, denunciar el fraude inmenso de nuestra existencia, las mentiras desde Adán y Eva (incluídos), la usurpación de la propiedad común, las guerras púnicas y las impúdicas, arremeter contra todos los crímenes próximos y lejanos en el tiempo y el espacio. La labor es inmensa, y, como hay que empezar comiendo esas manzanas por algún lado, bien está revisar los acuerdos que dieron lugar a la actual Constitución española, a la Ley de Amnistía y atacar los actos de represalia protagonizados por los vencedores de un levantamiento contra el gobierno legítimo, allá por 1936.
Genuino representante los niños de la postguerra civil española, de esos que tuvimos a parte de la familia militando en cada facción de España, que no pasamos hambre pero nunca conocimos lo que era la abundancia, que crecimos entre silencios y miedos, que fuimos educados férreamente en la religión católica pero que acabó pareciéndonos un cuento chino, que llegamos vírgenes a la pubertad, que saludábamos cada mañana, -prietas las filas-, a un cristo de hierro en medio de dos fotografías descoloridas de una pareja formada por un invicto caudillo y un ideólogo de pacotilla,que..., Garzón se ha propuesto poner los puntos sobre las íes a la Historia española reciente, removiendo las tierras de las cunetas, desenterrando huesos y, así, sacar los colores a este país, que tiene irrenunciable vocación de servir de chirigota ante el mundo.
Alto ahí, Garzón no tiene la culpa, tiene toda la razón al acoger la petición de que se investigue donde están los cuerpos de los represaliados después de la Victoria. Lo que es increíble, por lo vergonzoso, es que mantuviéramos a miles de cuerpos al borde de caminos y tapias, ocultos a la memoria por la única razón de haber sido asesinados después de la guerra, en el barullo que armaron los que ganaron. Pero los teníamos.
Es increíble también que, en un país que no honra a sus muertos, que los olvida ya desde la primera generación, escuchemos ahora voces compungidas de sobrino-nietos que dicen que quieren dar sepultura y sosiego, ahora, a sus deudos. Qué ejemplo para esos millones de nietos que no saben dónde están enterrados sus abuelos. Pero estas lágrimas de cocodrilo no impedirán que estemos de acuerdo en que hay que llevar a los muertos a los cementerios. Identificarlos específicamente será otra cosa, porque no estimamos necesario gastar cuartos en lo que luego abandonaremos en los nichos.
Otras cosas es aprovechar para restregarnos todos en la vergüenza de unas páginas que, por fortuna para los vivos, los que las escribieron están ya casi todos muertos. Así que tengamos algo de cuidado, porque podemos dar un paso hacia atrás, gracias al juez más popular de España. La democracia española está prendida con alfileres en la capa toreril de la imnominia por los cuernos de la historia. Sabemos, por haberlo oído decir a nuestros abuelos, que, de pronto, en aquella España subdesarrollada, clasista, injusta, se abrió la veda del vecino, después de varios intentos fallidos de entenderse con argumentos.
Lo habíamos asumido, lo teníamos incorporado a nuestro acervo cultural de lo que nos es propio, como una vergüenza a desechar. Un general con mando en plaza apeló a los principios inquebrantables: Dios, Patria, y Rey, y se los había pasado por el forro de sus intereses particulares y de los de los que le apoyaron. Enfrente, se alinearon los agnósticos, esos que perdieron la guerra. Como no debía ser. Nosotros, los herederos de aquella España, ganamos la guerra por ellos, cientos de siglos más tarde.
Si ya lo sabíamos. Para que no quedasen dudas expresadas, los vencedores persiguieron durante algún tiempo a los que seguían sin creerse que aquello no tenía vuelta de hoja y, si se ponían farrucos, los mataban, para que aprendieran para siempre los que quedaban vivos. Y aprendieron, vaya si aprendieron, aprendimos. Callaron, callamos todos, por decenas de miles de años, muertos de miedo. Un par de manifestaciones delante de los grises, unos pasquines, unos cuantos días en chirona, un par de bofetadas, algún muerto más por puta mala suerte.
Por lo que viene evidenciando, León Garzón es agnóstico, republicano y, además, luce escéptico hacia los patriotas. Elegido para un destino inmenso, se ha empeñado en utilizar el poder que la Constitución de 1978 le ha conferido, en investigar judicialmente la bajeza de la especie humana, hasta donde pueda llegar, si le da tiempo y le dan más cancha
Tiene imaginación, coraje, mala uva y una descomunal capacidad de trabajo y, con la última que ha armado, se intuye lo que se propone: revisar la Monarquía y su legitimidad. ¿Porque es eso, verdad, lo que pretende?
No conteste nadie. Nada que objetar. No parece peligroso y puede que, además, resulte entretenido.
1 comentario
Guillermo Díaz -
Sabiendo como sabe de las terribles carencias de la Administración de Justicia, no puede hacerla aun mas lenta utilizando una ingente masa de recursos personales y materiales, para instruir un procedimiento que jurídicamente ya ha nacido muerto.
Yo no tengo nada que objetar a que se trate de calmar las inquietudes de esos nietos que quieren enterrar dignamente a sus abuelos (aunque a lo mejor ni tan siquiera han pisado el cementerio donde están enterrados sus padres), pero para eso hay una Ley de Memoria Histórica que a través de un procedimiento administrativo, y no judicial, busca ese fin.
Sencillamente creo que el Sr. Garzón en este caso "se ha pasado de frenada" y además ha interpretado la ley como un auténtico "haker" para declararse competente y para iniciar la instrucción.