Sobre Teseo y Minotauro en el laberinto
El Catedrático de Economía Aplicada, Juan A. Vázquez, -ex rector y ex director de la CRUE- publica en La Nueva España del 14 de septiembre de 2008 un artículo titulado “El laberinto de la crisis”.
En él desarrolla, con intención didáctica que recuerda la de esos libritos norteamericanos que prodigan recetas para cocinar las salsas del mercado, algunas ideas para mejorar el actual marco económico, después de indicar que coincide con Xavier Sala en que en esta crisis concurren múltiples factores capaces de producir cada uno de ellos una situación crítica.
El título elegido es sugerente para volverlo por sus tornas, y hablar de la crisis -Minotauro- encerrada por Dédalo -a saber quién- en el laberinto, y recibiendo a diario el sacrificio de víctimas humanas -aquí, sectores y empresas- hasta que Teseo -el héroe- libera al demiurgo.
No parece que el insigne economista quiera asumir el papel de Teseo, porque sus propuestas son bastante simples, hay que suponer que porque así lo dispuso el autor, dado el lugar y los destinatarios que eligió para sus consejos. Que, para que el lector no se quede en mayores ascuas, resumimos en una línea: depurar el sistema, inyectarle liquidez, rebajar el nivel de vida, producir más y ser más eficientes, priorizando las medidas en relación con objetivos y medios.
Como el profesor Vázquez es maestro para aplicar el instrumento económico a la realidad, sorprende que las medidas propuestas no sean más concretas. Aún sorprende más que sean de imposible realización sin provocar una debacle, convirtiéndose, por ello, en desideratas más propios de un libro de texto para meritorios discentes que para ilustración de políticos y asombro de colegas.
Que el sistema andaba sobrecalentado y que vivíamos de prestado, lo sabe todo el mundo, solo que, como en el timo de la pirámide, nadie se creía que la cadena iba a romperse, ni siquiera el Gobierno y sus asesores. No contentos con haber calculado los valores actuales de los beneficios futuros, y comérnoslos hoy, habíamos permitido el endeudamiento de las rentas y salarios por percibir.
En esta alegría sin razón, las entidades financieras habían prestado dineros con solo nóminas, y permitido hipotecas al 120% del valor real de la cosa. Hemos construído carreteras -autopistas y vías vecinales- para ir mucho más rápido entre dos ningunas partes, recuperado ruinas, hecho museos, polígonos industriales, auditorios y salones de actos en cada pueblo y, por supuesto, para ayudar a la producción foránea, hemos tirado el televisor, el frigidaire y el lavaplatos cuando se estropeaba el chip más cutre.
Darle al rabil de hacer más dinero para prestárselo a los sectores más afectados por la crisis -constructores, ensambladores de automóviles o entidades financieras- es aumentar la inflación, además de ser medida imposible si el Banco Europeo no está por la labor. Pero es que no falta dinero, sino que lo que nos faltan son ideas donde emplearlo bien.
La culpa de esa falta de creatividad la tiene el desprecio de imaginación y cultura que ha sido tónica de los tiempos modernos. Hemos prejubilado a muchos de los que sabían, para que aprendieran, con errores ya trillados, los jóvenes recién egresados de las escuelas de negocios. Hay que recordar los aires de suficiencia con los que los neófitos explicaban a los que peinaban las primeras canas lo que había que hacer con el cash-flow, lo fácil que era pignorar y lo estupendo que eran las subprime y las segundas y terceras hipotecas.
Está bien proponer que rebajemos el nivel de vida, si por nivel de vida entendemos hacer muchos viajes de turismo al extranjero, andar de acá para allá con los cuatro por cuatro y gastar en caras bebidas, ropas, joyas, cuadros y espectáculos que se promocionan a golpe de top models y admirables artistas y genios de las variedades, despreciando investigación, consejos de científicos y sensatos, y llenando el parqué de universitarios que solo tienen el título como bagaje de conocimientos.
Pero mejor dábamos un vuelco a las prioridades de nuestra sociedad, revisando en lo profundo las inconsistencias del mercado que se ha probado, una vez más, ineficiente para asignar correctamente los recursos, si se le deja libre, en un país en el que unos pocos lo mandan casi todo.
Nosotros creemos que el trabajo de una sociedad, la tarea bien hecha, es la mejor manera de avanzar. Hay que crear trabajo para todos, y dar trabajo a todos. El paro, con el apoyo o no de la seguridad social, es un indicador estupendo para reconocer que no lo estamos haciendo bien. Porque una fuerza improductiva, olvidada, inútil, es el testimonio del fracaso de una sociedad avanzada.
Mientras llega Teseo, seguiremos alimentando a Minotauro con víctimas humanas que, desgraciadamente, serán preferiblemente los más débiles, los más necesitados y, también, los más crédulos de la idea de que todo está bajo control y unos visionarios de gabinete y despacho, con indudable buena voluntad pero discutible sentido pragmático, dan ahora consejos sobre lo que podría haberse hecho.
0 comentarios