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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el G-8 y el papel internacional de España

De vez en cuando (una vez al año, que no hace daño) se reúnen los líderes de los ocho países más ricos de la Tierra para conocerse algo mejor, echar unas risas, comer algo y plantar un árbol.

Podían hablar de muchas cosas, pero tampoco es cosa de amargarse la comida. Para empezar, la categoría que los une no es precisamente una categoría moral. Que esos ocho países, que comprenden apenas el 10% de la población del planeta, sean los más ricos, es más bien para echarse a llorar. El 90% de la población restante y, en particular, ese 30-40% que pasa mucha hambre y vive en la miseria, tiene razones suficientes para reclamar atención en esa reunión de pastores.

La situación actual del mundo es demasiado complicada en este momento para que esos ocho líderes sonrientes -quizá deberíamos salvar a Angela Merkel, pulpo en ese garage- se compliquen la vida llevando a su agenda los conflictos y tensiones que preocupan más a los que no están representados allí.

No queremos olvidar que existe un llamado G5 - formado por Brasil, China, India, México y África del Sur -, que son invitados a recoger, de vez en cuando, las migajas de la mesa y ser testigos de la incapacidad para ponerse de acuerdo en temas que afectan también a las "potencias emergentes".

Tampoco habrá de dejarse de lado la preocupación económico-intelectual que defiende que España ya debería pertenecer al G-8, al haber superado a Canadá en la generación de pib (al menos, antes de la crisis).

Lejos de la tentación de incorporarnos a grupo tan selecto como bastante abyecto, se nos ocurre que España podría capitanear -desde luego, desde la humildad- la reunión de todos los países menos ricos. Ese grupo sea, ni más ni menos, que el conjunto complementario del G-8. Y desde la autoridad que proporciona representar al 90% de la población mundial, habría que marcarles las pautas a esos otros líderes desorientados, ofuscados con mirarse los ombligos de su supuesta opulencia y bienestar.

Porque, o somos todos iguales y merecemos el mismo respeto y consideración, o no lo somos. Si los que buscan salir de la miseria arriesgándose a morir en una patera o cruzando un río vallado, no son iguales al que vive en un rancho texano, en un palacete francés, o caza zorros en las praderas inglesas, hora es de saberlo.

No hace falta apelar a la religión, ni a principios. Bastará empujar a los más pobres hacia abajo, para que se hundan, y seguir dándoles armas para que se maten entre ellos, y ayudarles a fabricar unos cuantos misiles nucleares de alcance limitado para que diriman cuál es la religión verdadera y la capacidad de convicción de sus visionarios.

Pero si osamos mantener la delicada hipóstesis de que todos los seres humanos somos iguales, si creemos en la humanidad como conjunto, si persistimos en alardear de tener principios morales indiscutibles, hay mucho que tratar en las reuniones de los G-8. Además de comer bien, hacer unas risas, y plantar un árbol.

En las reuniones de los países que no son G-8, y que España podría propiciar, habrá materias para estar reunidos todos los días del año. Y, si son fieles a la encomienda, a los que hablen allí, que les lleven unos bocadillos y unas botellas de agua, porque no les apetecerá suspender la discusión para ir al restaurante. Tendrán poco apetito.

1 comentario

Guillermo Díaz -

En estos momentos de crisis mundial esta reunión puede resultar hasta obscena.
Precisamente, esta globalización que crearon los ricos, es la que causa la crisis y la gran pobreza e incluso miseria que sufren los países pobres