Sobre talantes y fisionomías en la derecha española
El Congreso del Partido Popular en Valencia, que se celebró los días 20 a 22 de junio de 2008, ha permitido el análisis de la escenificación de las diferentes líneas de canalización de la derecha española hacia el poder. Un ejercicio ilustrativo y hasta divertido.
No tenemos claro que la representación de sus posiciones que han hecho las cabezas visibles del PP sea exactamente la que define las diferentes maneras de entender la derecha por parte de sus simpatizantes, es decir, la conservación más o menos matizada de lo que se tiene. Una situación de resistencia a la que se ha conseguido dar el nombre genial de centro reformista, usurpando así la denominación posible para la socialdemocracia moderada, que tendrá que buscarse otro apelativo.
Aunque bien pudiera significarse la diferencia ideológica como "reformista hacia atrás" o "reformista hacia delante", para lo que se necesitaría que se perfilasen algo más las posturas de los dos partidos en oposición, cosa, desde luego, imposible hasta que se consiga superar la crisis, desaceleración o precipitación económica, porque en épocas de crisis, todos somos reformistas hacia atrás.
Pero lo que siempre distingue a la derecha de la izquierda en España es, sin duda, el talante y la fisionomía. El atuendo, los pelos, las actitudes, están incrustados en la forma de entender la ideología. En Valencia han resurgido, con todo esplendor, para la pequeña historia de la política española, esos testimonios de las actitudes, talantes y fisionomías de los líderes de la actual derecha española.
Magnífico, en primer lugar, José María Aznar. Aunque no tenga ahora papel estelar, mantiene sus actitudes de prima dona, y su público le quiere ver aunque solo tenga ya opción a los cameos en la representación donde ofician otros de actores y actrices principales. Se recuerda su interpretación de éxito del "Váyase, señor González", equiparable al "Ja soc aquí", o al "Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro", de otros líderes y momentos históricos.
Su fisionomía, en fase adaptativa permanente, ha lucido estos días perfectamente. Larga melena a lo joven terrible, combinado con depilación supralabial, medida entrada triunfal extemporánea, interrumpiendo el libreto. Qué decir de la forma medida de repartir sus abrazos y besos -espléndida, larga, con los que ama, cicatera, descuidada, con los que reprueba-.
Aznar es la viva representación de quien se cree con toda la razón, árbitro definitivo y supraterrenal de sus compañeros del partido que llevó a las más altas cumbres. Esa es la derecha que quiere ver mucha gente de bien. El está ahora de vacaciones, y quiere demostrar al mundo que lo está pasando bien -las procesiones sicológicas siempre van por dentro-, que ha triunfado para la eternidad. Ha querido con su actitud y porte, extender un mensaje de reprobación a los mortales que aún se mueven en el ruedo político y, en particular, a aquellos de los que discrepa: no los sacará del fango, les corresponde pechar con su purgatorio de expiación.
Aceptable en su papel Angel Acebes, el fiel caído en cumplimiento de una misión de servicio. Su mutis es definitivo, y los que han gustado de su representación, emotiva hasta el final, es justo que lloren. Contrapunto para el equilibrio es el momento de Javier Arenas, aparentemente reforzado en su papel de garantizar que allí no ha pasado nada, jugando un poco al papel de traidorzuelo, pero manteniendo opciones de doble espía.
Qué decir de Alberto Ruiz Gallardón, todo un modelo de la capacidad para llegar a un sitio de honor, combinando, además de su gestión personal en lo público, las dotes de maniobra, después de anunciar que se retira despechado, solo con la intención de desviar la atención, mientras da consuelo y poder al líder en malos momentos, apoyándolo con su fuerte brazo, consciente de que hay que estar allí, junto a Rajoy, para alcanzar lo que se desea: la presidencia del Gobierno de España. Ha tenido que apoyarse en un dinosaurio con inmensa memoria selectiva, Manuel Fraga, pero cree que no le pasarán factura.
Con todo, quien se ha de llevar los honores principales de este Congreso, y también en cuanto al talante demostrado, es Mariano Rajoy. Ha conducido la crisis perfectamente, a lo José Tomás, retando a los críticos a que dieran la cara, y aguantando las tarascadas con brillantes estatuarios, con el público temiendo por su vida. Qué alivio haberlo visto salir por la puerta grande.
Desde los tiempos en que se combatió por la realeza a los comuneros no se veía una estrategia tan pulida. Movilizó con conocimiento de los entresijos del aparato a quienes podían dar los apoyos principales, ganando la batalla al ocupar primero las plazas estratégicas de enrededor y dejando saber a los opositores -manifiestos o tapados- que si se obstinaban en la revuelta, cosecharían un estrepitoso fracaso que les costaría la cabeza para siempre.
Vuelto a la normalidad, la actitud de Rajoy será la de un opositor respetable, buena persona, incluso buenón, terco y recio en mantenella y no enmendalla, actitud en la que los buenos fajadores llevan las de ganar, porque perseveran.
Se perfila así, en nuestra opinión, el camino hacia la Presidencia de Gobierno de Mariano Rajoy. La situación económica, de seguir el deterioro que está sufriendo, será su mejor aliado. Solo le queda ahora convencer a Esperanza Aguirre de que la vicepresidencia primera de Gobierno es suficiente para colmar las aspiraciones de la política más curtida que tiene la derecha (da gusta oirla, y hasta verla), y desear que Madrid sea nominada Ciudad Olímpica, con lo que Alberto Ruiz Gallardón se encontrará distraído cuando se presente la moción de censura al gobierno de Rodríguez Zapatero.
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