Sobre la justicia penal universal y la divina
La persecución de los delincuentes más allá de las fronteras de cada país ha encontrado siempre serias dificultades. Incluso con la Interpol y otros inventos, la extradición de los nacionales del propio país para entregarlos en manos de la Justicia de otros, es algo a lo que se resisten algunos de los países más poderosos de la Tierra, verbi gratia, los Estados Unidos del Norte de América.
La complejidad de los procedimientos de extradición y la posibilidad de cambiar de identidad donde no te conoce nadie, hace que la defensa de las fronteras territoriales sea también una garantía de impunidad para quienes logran traspasarlas, con sus culpas a cuestas.
Está, en fin, la dificultad en definir tipos penales idénticos u homologables. No es lo mismo ser homosexual en Gabón que en el Reino Unido, ser adúltero en Irán que en México. Matar a tu vecino en Tanzania o en Chechenia. No pretendemos construir aquí una teoría sobre la complejidad de construir un orden ético internacional. No existe consenso sobre los principios éticos básicos, así que mal va a haberlo sobre la gradación de los crímenes, desde los atroces hasta los disculpables, considerando poderosas atenuantes.
Después, también está la personalidad del criminal, incluso para los países más respetuosos aparentemente con el orden. No es lo mismo que un individuo facineroso amenace con una navaja o una pistola de juguete a un dependiente de supermercado que un profesional ilustrado se apropie de un par de millones de euros de la Hacienda pública.
Para esos acomodaticios principios, no debe ser igualmente perseguido que en una reyerta se mate a un miembro del clan rival, a que se haga una purga de los partidarios de un expresidente elegido democráticamente, arrojándolos desde aviones militares al mar, amparándose en que tienen ideas perniciosas respecto a la propiedad o a la libertad.
Hasta no hace mucho, había el consuelo de que en el Más allá, Dios pusiera a las personas en su sitio. Han surgido dudas, sobre todo por causa de las elucubraciones de los exégetas divinos en construir una teoría coherente sobre la intuición respecto a las cosas divinas a lo largo de los siglos.
Pero es que, además, la justicia divina -Categoría Máxima de Orden Jurídico Intergaláctico-, en el caso no demostrado de que se puedan aplicar códigos adaptativos a cada época, persona y formación intelectual, va a tener mucho trabajo. En los temas penales, por supuesto. Pero es que, además, debería ocuparse de resolver las inmensas injusticias generadas en los órdenes del derecho civil y administrativo, y todos sus subórdenes, subserafines y subpotestades.
Por tanto, puede afirmarse sin lugar a dudas, que los primeros siglos de la eternidad, serán dedicados a juzgar y castigar los delitos y faltas producidos en vulneración de ese código penal desconocido pero intuíble que es el que algunos creen ver en la oscuridad de la conciencia.
Si en el Más allá, existen instructores como el juez Baltasar Garzón, al que admiramos por su tenacidad, y jueces de instancias inferiores a la divina como Bermúdez, al que admiramos por su firmeza en el foro, el espectáculo está garantizado.
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