Sobre los deportes de masas
Los latinos hacemos poco deporte, pero nos enviciamos mucho. Las canchas preparadas en los barrios de las poblaciones para que los ciudadanos quemen energías y moldeen sus michelines, después de unos primeros ardores, se van quedando vacías.
Parece que los chavales prefieren imitar a Alonso, Hamilton o Raikonnen compitiendo en carreras suicidas por caminos secundarios sentados en los coches de papá o liarse a bofetadas y navajazos para defender un tramo de la acera frente a sus hipotéticos rivales. El deporte preferido de los mayores es sentarse ante la televisión con un par de cervezas y proferir gritos variados animando a distancia a su equipo favorito.
El fútbol, el tenis, el automovilismo son, pues, deportes de masas. Esto quiere decir que, cuando se difunde una competicición en la que haya alguna posibilidad de identificación personal de espectador con el deportista que corre, pelotea o conduce, habrá millones de personas pegadas a la pantalla.
Pensamos que haría falta activar la utilización de esas canchas de barrio, repoblar de verdaderos aficionados al deporte y atletas reales o potenciales los estadios, activando competiciones, formando a los más jóvenes, perfeccionando estilos, estimulando a todos. Pretender que solo dejando un terreno con un par de porterías oxidadas o dos cestas a altura reglamentaria, basta para atraer a los niños al deporte, es ingenuo, porque hay estímulos más fuertes para ellos que salir a la calle para pelotear un rato.
No nos engañemos. Asistir regularmente a espectáculos deportivos de otros, por supuesto, no hace deportistas. Tampoco cubrir un terreno con una capa de asfalto y confiar que el tiempo haga el resto. No hay deportes de masas. El ejercicio deportivo es individual y su disfrute y esfuerzos, intrasferibles.
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