Sobre la exaltación del buen humor
Benditos sean los que sonríen, porque ellos nos alegran la vida. Benditos sean los que nos ceden el paso a los peatones en los pasos cebra, porque ellos nos evitarán sobresaltos y, en los peores casos, también se evitarán dificultades a sí mismos si nos arrollan.
Benditos los que ceden en su derecho para afirmar nuestra expectativa, y los que reconocen que nuestro derecho, porque, al evitarnos conflictos, mejorarán el bienestar de las dos partes.
Benditos sean los que alaban las virtudes del contrario en cualquier contienda, política o no, porque su eventual victoria los hará aún más grandes a nuestros ojos.
Benditos sean los que reconocen sus dificultades, nos confiesan que tienen miedo, buscan apoyo en nosotros, porque ellos contribuirán a que nos sintamos más felices, ayudándoles.
Benditos sean los que nos cuentan chistes y anécdotas graciosas, que nos hagan reir de ellos o de nosotros mismos, sin ridiculizar a terceros, porque así habrán demostrado que nos consideran inteligentes, y nos confirmarán su propia inteligencia.
Benditos sean, en fin, los que nos llaman a primera hora de la mañana para que les alegremos su día, porque nos alegrarán también el nuestro; y benditos sean los que se acuerdan de nosotros a última hora de la jornada, para despedirse y decirnos que nos quieren, porque, aunque no podremos jamás pagarles su aprecio por nosotros, sabrán reconocer que nuestro cariño hacia ellos tampoco tiene precio.
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