Sobre el gotelét
El gotelé o gotelét se puso de moda hace unos treinta años, después del reinado del papel pintado, que se había impuesto en todos los hogares de clase media como una forma estupenda de tapar las grietas de la edad y la incuria de los inmuebles y dar un poco de alegría sosaina a las paredes.
Desde hace apenas un lustro, el gotelét ha sucumbido al mundo de las modas que, como es sabido, tienen un retorno cíclico a los estereotipos del pasado. Ahora lo que se lleva son las paredes lisas, pintadas al temple, con suaves colores brillantes. Y, si Vd. quiere estar realmente a la última, debe pensar ya en los papeles pintados y en cubrir la habitación con telas de colorines o diminutas pirámides que reflejen la luz, dándole al salón-comedor-cocina americana aspecto discotequero.
Yendo a lo concreto. Si la pintura de su casa tiene más de diez años y ha llegado el momento de darle un retoque a algunas paredes (bien porque las marcas de los bordillos de los cuadros, o las huellas de las manos pringosas de aquellos niños que ya están ahora emancipados, etc. se le han hecho insoportables), puede suceder que descubra que tiene el gotelé en casa.
Según los entendidos, tener gotelé en una respetable mansión es muy parecido a descubrir que la han invadido las termitas. Si se decide a convivir con él (ellos), la situación es soportable. Pero si se decide a eliminarlos, su vida pasará por un naufragio.
No importa que lo haga Vd. mismo o lo encomiende a los expertos. Una vez liberada de muebles, libros, cuadros, cortinas y lámparas la habitación que está infectada de gotelét, el desgotelador deberá aplicarse a la temible labor de tratar de eliminar esos montoncitos de yeso. Porque si el gotelét es plástico, y de verdad no le gusta lo que tiene, múdese de casa.
Pida una lijadora potente al vecino, para empezar. Compre un par de máscaras protectoras. No haga caso de los expertos, no contrate a ningún rumano para esa labor tan íntima. La cantidad de polvo que se va a formar, lo haga por sus medios o con ayuda de las tecnologías sudamericanas o del Este, será inenarrable.
No importa que cierre las ventanas, abra las puertas, realice la operación de lijado de forma lenta o a toda velocidad. Todo, absolutamente todo, se verá cubierto de polvo. Desde la estancia más cercana a la más remota habitación de la casa. El piso ático como los subsótanos. Las huellas de sus pasos señalarán en blanco las evoluciones de su desesperación en busca de agua a la cocina, al baño, a los ascensores.
Ah, pero la felicidad que Vd. sentirá cuando haya conseguido librarse del gotelét y recuperar las paredes como estaban hace treinta o cuarenta años es -también- indescriptible. Pintadas ahora al temple liso lucirán impecables. Tendrá dos o tres semanas aspecto de venir de una panadería y no podrá recibir visitas. Sus pulmones sufrirán, pero Vd. tendrá la satisfacción de haber contribuído al aligeramiento de la estructura de su edificio en unos cuantos kilos que, con el conveniente disimulo, habrá sabido ir arrojando en los cubos de basura del vecino (Esto está muy mal, pero ¿qué hacer si no hay a mano ningún contenedor de desechos de construcción, al no ser ya verano?)
Ya sabe, la corriente durará diez años, quizá mucho menos. La siguiente etapa es/será el papel pintado. Ahora le separan del gotelét otros veinte años y, con un poco de suerte, podrá cambiar antes de casa. Claro que también puede saltarse un escalón y empapelar directamente las paredes.
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Guillermo Díaz -