Sobre la pintura de Paula Rego

Paula Rego, pintora, viene dejando tras de sí un diario en acrílicos, pasteles y dibujos, en el que puede seguirse y mezclarla con las propias vivencias, soltando la imaginación que es derecho de todo espectador inteligente, la historia de su vida convulsa de genial artista.

El Museo de Arta Reina Sofía, de Madrid, ha reunido en noviembre-diciembre de 2007 un magnífico catálogo de obras de la creadora portuguesa, en el que se descubren, invitándonos a interpretarlos desde cada perspectiva particular, los fantasmas que la han acompañado desde la adolescencia.

Muchos de sus dibujos son cuentos para adultos, tomados de composiciones y recuerdos infantiles, en los que niñas perversas se entremezclan con animales que arrastran su simbolismo, componiendo escenas en las que los espejos reflejan otros enigmáticos espectadores -generalmente, mujeres- que se cuelan por la puerta trasera del cuadro, situándose entre el mirón y lo representado en primer plano.

Paula Rego dibuja muy bien, en especial, rostros, rodillas, pies y piernas de figuras sentadas, que miran hieráticas hacia dentro de sí mismas, rodeadas de símbolos religiosos, santos y cruces, camino de sus calvarios.

Las series que permiten la relectura de algunas obras literarias de culto (Jane Eyre, Nada, Las tentaciones del Padre Amaro, Alicia en el país de las maravillas,...) tienen elementos tomados sin pudor de Goya, Ensor, Tenniel, Balthus y muchos otros, poniendo en evidencia, junto a una cultura artística notable, el deseo de poner en bandeja la cabeza de la propia creatividad.

Porque Paula Rego -lo ha dicho ella- no pretende hacer arte, solo pintura. Ella quiere contar historias tomadas de sus recuerdos y miedos, que reconstruye con modelos carnales y viejos muebles. Algunos de esos escenarios imitan la casa lisboeta de su abuela, en su amplio estudio de Londres. Otros, son parte del imaginario colectivo.

Pintura plena de vitalidad, por la que pasan los años (nació en 1935), para hacerla más libre