El Club de la Tragedia: Pastores, cabestros, toros encelados, versos sueltos
Como estamos lejos de las fiestas de San Fermín, se comprenderá mejor el alcance de la metáfora, por no venir empañada por la referencia real. Hablo aquí metafóricamente de pastores como aquellas instituciones, grupos de opinión y personas de respeto, que guían los pareceres de los demás, en especial los que se descarrían, obligando con sus quiebros, suaves bastonazos y la propia carrera, enviciada por los cabestros, a seguir con la manada.
Supongo que el lector lo ha sentido, como yo, y si no fuera así, se lo muestro al desnudo: los comentarios críticos han disminuído hasta casi sequía, y los que subsisten, lo hacen desde fuentes bien catalogadas, para que ideológicamente no haya confusiones ni distingos.
Se han edulcorado las críticas, de un tiempo a esta parte -sobre todo, en este último año, 2012-, y los voceros más famosos de la aldea, aparecen mucho más recatados que hace un año, en su papel mixto de pastores y toros encelados. Cuidan mucho sus formas, de forma que todo parece ya literatura de consumir y tirar, pero, sobre todo, los fondos son livianos, para que no dejen huella ni poso que se pueda utilizar como argumento de peso.
La causa no puede ser otra que el miedo a perder el empleo, a que se liquide su contrato, a que la reprimenda de las castas superiores sobre lo que dicen o escriben afecte a los garbanzos, batracios y ofidios que se han de comer en propio plato.
Se ven ya pocos versos sueltos, y más parece que componen un poemario póstumo para uso escolar por generaciones venideras. Viven, como anacoretas o estilitas, sobre sus columnas o espacios verticales, de los que no se mueven ni para ir al baño. Es cierto que resulta difícil mantenerse original durante años, pero las ideas, de tanto no moverlas, terminan por enranciarse, sirviendo, a lo más, para que los devotos de cada santo beban de sus aguas menores y pidan, con oraciones al orisha, remedio para sus males que, como es obvio, no llegará jamás por esa vía.
Hay hoy muchos más pastores y cabestros y se han transmutado en toros encelados las hembras y varones que antes campaban, o así creíamos, libres por la dehesa. Aquellas voces críticas, que nos ponian a los que veíamos la carrera algo desde fuera, (aunque estuviéramos dentro de ella), las mieles imaginariaas en la boca de ir por buen camino, se edulcoraron de raíz, y, por melosas, empalagan.
Hélos/hénos, ahí, en fin, todos corriendo en tropel hacia el coso en donde se librará la gran corrida, entre más músicas que nunca, películas rancias con historias atrasadas, entrevistas ñoñas presentadas como claves de solfeo, fútboles y deportes de pelotas y cuernos que dan asco, comentarios sin chicha pero rezumando salsas que son potingues, y análisis que, de puro obvios, vomitados por personajes de puro simples, provocan el adormecimiento de los sentidos, en especial, de todos, el común, que es lo que nos servía de doctrina perenne.
Advierto, como si mi papel fuera hacer de Jeremías en este valle de estupores, a los que los mantengan opinión contraria a la oficial o incluso a su contraria, que han de empezar a andarse con cuidado. Vuelven los tiempos de censura, de anotar la matrícula al que disienta, de vigilar como incómodo al que tenga un juicio que no encaje en la bazofia dominante, atenta la policía del cotarro al hecho de que actúen solos o en compañía de otros, para localizar de donde viene el foco que inquieta.
Han de andarse con tiento especial los que discrepen por libre, porque corren riesgo de ser sepultados, sin miramiento alguno, en la miseria intelectual de toda la mayoría a la carrera, pioteados sin rubor por lo que es más bien, estampida, y sin que quede de ellos hueso ni cáscara con el que hacer luego con el despojo un mondadientes.
Empeñados los pastores de unas y otras tendencias en que la carrera sea ligera, porque así se evita pensar, aumentado hasta parecer multitud, el número de cabestros, que son (perdón por la precisión innecesaria), los castrados, reprimidos y asentados los más toros, incapacitados a golpes y silencios los que se crean sueltos para saltarse a la torera las barreras, el espectáculo común, visto desde el balcón de la Estafeta, contemplando la esquina donde se aturullan los que corren, es el de dos tropeles yendo en apariencia en direcciones contrarias.
Pero, después de terminar la vuelta, teniendo la plena visión del recorrido, se comprende que todos concurrirán al coso único en donde se acabará, como otras veces, la corrida.
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