Ingenieria para Abogados y Economistas. Patologías estructurales
Aunque el concepto de patología estructural alcanzó su difusión mayor en relación con los defectos que se detectaban, con el paso del tiempo, en el hormigón armado, las anomalías de una estructura no necesariamente se desarrollan al envejecer. Incluso podría decirse que no pocos problemas estructurales están ya latentes en el proceso de fabricación de los materiales.
Podría pues, afirmarse que las estructuras tienen también su ADN en el que se hallan impresas, como elementos genéticos, las bases que, en adecuados ambientes y circunstancias, desarrollarán defectos que pueden ser muy graves. En el acero, por ejemplo, pueden encontrarse inclusiones de compuestos variados, burbujas o grietas, aparecidas en alguna fase del complejo proceso de fabricación hasta el producto acabado, que producirán debilitamientos que se acentuarán con el uso y el paso del tiempo.
Ni qué decir tiene que sucesos sobrevenidos, incluso puntuales,como fuegos, vibraciones, golpes, exceso de peso soportado, pueden llevar a los materiales hacia los límites de sus características recuperables, resultando en un debilitamiento irreversible a partir de entonces. Algunas veces, tiene lugar, incluso, la descomposición o desestructuración del material, por fenómenos como aluminosis, carbonatación o piritificación.
Tampoco debe pensarse solamente en la posible afección de los elementos típicamente concebidos para ser resistentes. Podría suceder que piezas concebidas para ser ornamentales o accesorias (o que se cree que lo son, cuando son portantes) cumplan, al deteriorarse la estructura principal, funciones estructurales.
Pensemos en la presencia de termitas y carcomas o en la asociación de humedad y hongos de la madera y en los lamentablemente no infrecuentes sucesos en los que, al realizarse la "rehabilitación" de un viejo edificio, todo él se viene abajo de pronto, porque, en realidad, su estructura se hallaba apoyada en los colindantes o precariamente sostenida por un reparto de cargas en el que la edificación había encontrado, de manera natural, con el paso del tiempo, un equilibrio forzado.
Las patologías estructurales en los escritos jurídicos no son tan infrecuentes. Desde luego, los autores de un documento no siempre son los más capaces para descubrir los defectos de razonamiento del mismo, puesto que las gafas de la autocomplacencia, o el desgaste que implica estar concentrado durante mucho tiempo en un asunto, suelen impedir una crítica leal a lo que uno hace.
Por eso, solicitar a un compañero que haga una lectura revisora de lo que se ha argumentado, suele ser extremadamente útil, permitiendo, con ello, poner de manifiesto fallos de razonamiento, o su incorrecta ubicación, que, al ser corregidos, harán la estructura total del escrito más consistente.
Desconfíe el autor, en especial si es novel, de aquellos revisores a los que se ha encomendado esa lectura crítica, si devuelven el escrito con un par de correcciones en rojo, que afectan únicamente a la ausencia de una coma, o la sustitución, digamos, de "repulsa" por "rechazo". No ha realizado una verdadera auscultación del trabajo, y el peligro de que existan patologías estructurales sigue en pie.
Por el contrario, si el escrito es devuelto a su autor con párrafos enteros tachados, flechas y signos de interrogación, notas marginales frecuentes con la expresión "no se entiende", "justamente al contrario" o "así no", que solo se concentran, además, en las tres primeras páginas, encontrándose las demás incólumes, el letrado afectado por tal demostración ha de plantearse una de estas opciones: decidir si ha equivocado la carrera, o si no se ha equivocado de corrector y ha entregado una de sus obras maestras a su peor enemigo.
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