Ingeniería para AES. Fiabilidad. Interpretación de la curva de la bañera.
La experiencia demuestra que la probabilidad de que un equipo o aparato eléctrico o electrónico recién comprado falle al conectarlo a la corriente es relativamente alta.
Aunque no hay que dudar que el fabricante haya realizado los controles de calidad adecuados (al menos, si el producto fue fabricado en China y ensamblado en algún país de Centroeuropa), hay que estar preparados para que la tostadora, la televisión por plasma o el elevalunas del Mercedes Benz que acabamos de desembalar no funcionen adecuadamente.
Para cubrir ese riesgo existen los certificados de garantía, que conviene hacer sellar en el comercio vendedor y guardar en sitio seguro (junto a la clave de la caja fuerte, por ejemplo).
Los ingenieros que trabajan en procesos que impliquen la producción masiva de piezas están familiarizados con la curva de la bañera. Corresponde a la representación de la variación de la tasa o probabilidad de fallos del producto con el tiempo y, en verdad, también se parece a la curva de mortalidad humana o de cualquier especie.
Al principio de la vida de un elemento material, como de un ser vivo, los riesgos de fallo son más altos que cuando ha superado su infancia, en el que se estabilizan. Son las enfermedades infantiles, los riesgos de la falta de acomodación al entorno, el sometimiento a tensiones y circunstancias para las que el individuo no está preparado.
Después, y durante un largo período de funcionamiento normal, en el que la probabilidad de fallo (o muerte del elemento) se mantiene constante, el producto (o el ser vivo) alcanza la ancianidad y, como todo es finito, antes o después -pero dentro de un intervalo relativamente corto-, se muere: la tasa de fallo sube bruscamente.
Cuando se dispone de una muestra suficientemente grande y se ha tomado la molestia de representar, a lo largo del tiempo, el cociente entre el número de fallos y el total de elementos presentes (que ese número es precisamente la probabilidad de fallo), se obtiene una curva con forma de bañera.
El análisis de esas bañeras cobra interés en relación con la fiabilidad que puede darse a un equipo para que funcione como se espera de él. Para aumentarla, se detectan aquellas piezas o elementos que tienen más posibilidades de fallar y se colocan otros idénticos en paralelo con ellos, de modo que, si falla el principal, entren automáticamente en funcionamiento, sucesivamente, los que están en reserva. A esta disposición se denomina de redundancia y a los elementos añadidos, superfluos hasta que el fallo de los que ocupan las plazas en funcionamiento no tiene lugar, se les llama redundantes.
Los abogados y economistas deben estar al tanto del riesgo de no contar con elementos redundantes en casos clave para su actividad, en que el fallo de lo que habían previsto como seguro se produce, evitando así quedar con el culete al aire, como se dice vulgarmente.
También, cuando se encuentran ocupando funciones gerenciales o de cierta responsabilidad empresarial o política -lo que es, al menos en España, cada vez más frecuente- han de extremar su prudencia cuando, sin conocer del tema y sin atreverse a consultar a los que saben, toman, llevados por la presión o la urgencia, decisiones en corto plazo.
Aplicando el critero de la bañera, es preferible mantener a la gente experimentada en una posición y, si por las razones que sea, se ven obligados a cambiarlos, hacer un ERE o prescindir de los que tienen más de cuarenta años para aliviar el paro juvenil, no deben olvidar en situar en una misma posición a varios sujetos redundantes y, si son devotos, rezar para que no se descalabre todo el sistema, además de controlar estrechamente la fiabilidad del conjunto, puesto que, si se está en una carrera de competición -como es normal en la vida- lo habitual es que los competidores aprovechen para acelerar mientras se recompone la estrategia.
En la figura -cuyas leyendas están en inglés, lo que proporciona mayor visibilidad a este Comentario- se representa una bañera típica, y se ven en ella desglosadas a lo largo del tiempo de vida del elemento estudiado, las probabilidades de fallo, descompuestas en tres elementos: por defectos de fabricación no detectados en el control previo (fase infantil), por puro azar (fase de comportamiento maduro) y por desgaste (envejecimiento).
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