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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Según sea nuestro margen de albedrío en caso de que el diseño sea inteligente

Como glosábamos en nuestro último Comentario, la otra conferencia a la que pudimos asistir dentro del programa sobre "Ciencia y religión en el siglo XXI: ¿diálogo o confrontación?", que organizó la Fundación Ramón Areces en Madrid los días 10 y 11 de noviembre de 2011 fue la de F. Ayala, que respondía al título "Evolución, creación y diseño inteligente".

Si Fernando Sols en su charla había sido prudente, y por tanto, suficientemente cuidadoso, para dejar abiertas -aunque condicionadas- las opciones de albedrío y providencia, precisamente basándose en la imposibilidad de predecir el futuro de forma precisa a partir de los actuales postulados de la física, Ayala se introdujo en otros vericuetos de naturaleza bio-religiosa (por atribuirles una catalogación orientativa, con la que, muy seguramente, el ponente no estará de acuerdo), que dejaron el asunto en sus justos términos: los seres humanos no somos ni el centro del cosmos, ni sus criaturas más perfectas, ni la interpretación literal de los textos que una facción de la humanidad tiene por sagrados sirve de ayuda alguna para entender lo que nos está pasando.  

El conferenciante empezó poniendo un ejemplo que, para, al menos, una persona del público (lo puso en evidencia con la única pregunta que pudo formularse, por falta de tiempo, en el coloquio) resultó desafortunado: citó el Gernika de Picasso como ejemplo de algo que existe, por una razón precisa, creado por un ser inteligente, para transmitir un mensaje determinado.

Fue una anécdota mínima, dentro de un esquema de la presentación que, al menos para nosotros, resultó algo confuso. También se había referido a que las alas de las mariposas no habían sido diseñadas para confeccionar con ellas las letras del alfabeto (y se podía hacer, seleccionando trozos de ellas de entre la gran variedad de lepidópteros) ni los ríos y mares fueron creados originariamente para navegar. "El ojo humano tiene en común con el Guernika, el reloj o el coche, en que si no fuera por la finalidad de ver, no existiría: no es un diseño inteligente, sino resultado de la evolución, como las alas de las mariposas y los ríos".

Recordó Ayala que huvo dos revoluciones que marcaron sendos hitos en el desplazamiento de la importancia del ser humano en el conjunto del cosmos: la revolución copernicana (siglo XVI), que destruyó la idea predominante hasta entonces de que la Tierra era el centro del Universo, pero dejó fuera a los organismos, y la revolución darwiniana (siglo XIX), que convierte al hombre en una especie más, negándole ser el centro de la vida.

Willian Paley (Natural Theology) en 1802 habría explicado muy bien -según Ayala- la idea central, al "argüir una y otra vez que los organismos no se pueden explicar por ecuaciones, porque hay evidencias de que están diseñados, y donde hay un diseño, existe un diseñador". Y ese diseñador, para Paley, es, evidentemente, Dios.

La evolución del "árbol de la vida" en el que se entroncan todos los seres vivos -aquellos que desarrollaron su existencia en la Tierra- desde un big bang original, y su intrínseca analogía con lo que hemos ido descubriendo (o deduciendo) de la evolución de la materia, es, en nuestra opinión, el aspecto más apasionante de ese encaje de piezas sueltas en las que trabajan tanto físicos teóricos como biólogos moleculares.

(continuará)

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