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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Por qué no es noticia que un hombre muerda un perro

Suponemos que en las facultades de periodismo más rancias seguirá ilustrándose a los alumnos de primer curso que no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino al revés. Lo que ya no estamos tan seguros es de que se les indique que, para que exista tal noticia, el hecho real tiene que haber sucedido.

Además, si se analiza con calma, la reflexión ha perdido sentido. Claro que es noticia que un perro muerda a un hombre. Depende de quién sea el propietario del perro o de la personalidad del mordido, de las circunstancias, del tamaño de las heridas causados. La materia, convertida en noticiable de primer orden, puede dar pie a muchas páginas de comentarios y a muchos espacios televisivos.

Y esto vale para mordiscos como para cualquier otra actividad humana, independientemente de su aparente trivialidad. Bodas, encuentros deportivos, separaciones o roturas de menisco pueden ser objeto de pública atención.

Ah, pero, además, es muy importante cómo se cuenta la noticia, dónde se pone el énfasis, y no en último lugar, qué se oculta al exponerla. No es lo mismo que el perro te muerda en una gasolinera que en tu despacho oficial, o que su propietario sea un constructor o un amigo de la familia. Y la habilidad del periodista puede iluminar más una parte de la herida, detallando con minuciosidad el tamaño del mordisco, o detenerse en especular sobre las circunstancias misteriosas que habrían llevado al sufridor del ataque cánido hacia parajes tan poco poblados, aunque al día siguiente haya que desmentirlo todo sin empacho.

También -y dado que cada día hay, por desgracia, varias personas mordidas por perros- es importante que, dependiendo de lo que se llama la línea editorial del medio, se seleccionen los materiales recogidos,  dando preferencia a unos mordiscos respecto a otros.

Concediendo a algunos sucedidos más espacio que a otros, se podrá tergiversar su homogénea esencia, dando la impresión de que en algunos lugares (poblaciones, sectores, facciones políticas,...) se presentan con mayor frecuencia, aunque no exista fundamento empírico ni científico alguno; al consagrar más intensidad a algunos detalles, se puede lograr que quien recibe la información se convenza de que hay ciertos perros que son más peligrosos aunque su naturaleza, por raza y hábitos, deba ser calificada de pacífica; puede difundirse, en fin, que algunos dueños aparezcan como menos cuidadosos -¿qué razón existía para denunciar la mordedura, pretende distraer la atención de hechos más graves?-, por más que, en realidad, pertenezcan al grupo de los mejor concienciados, o que, como hay víctimas más sensibles a las mordeduras y no faltan ánimos provocadores , no se deberá descartar que las víctimas sean ellas mismas, las principales culpables -¿quién es más pecador, el corruptor o el corrompido? ¿quién nació antes, el huevo o la gallina?-.

Estamos tan obsesionados con escudriñar en algunas mordeduras que nadie parece haberse dado cuenta de que, siguiendo con las metáforas, y manteniendo el cariño debido a los animales, "menea la cola el can, no por tí, sino por el pan", y que "al perro viejo todo se le hacen pulgas", ni con el valen tús-tús (ni tutús), por no decir que "el perro ladrador es poco mordedor", siendo gran verdad, desde luego, que "muerto el perro se acabó la rabia", y que todo es cosa, si el perro molesta o tiene más peligro, en formar buenos laceros que los cojan y les den para el pelo.

Es decir, en román paladino, si se vigila el régimen de vida de los que gestionan los bienes comunes, si se investigan las cuentas de los partidos políticos, si se controlan las adjudicaciones de servicios y obras públicas, si se exige como premisa fundamental honestidad, solvencia y claridad a todos cuantos ocupen puestos relevantes en la sociedad -en los sectores públicos como privados-, no habría corruptores ni corrompidos, ni escándalos ni prescripciones de comportamientos delictivos.

Y si los informadores, en lugar de detenerse en los pequeños escándalos y regocijarse de haber domesticado a los chiguaguas, se atrevieran con los pitbull y los bichos de más porte, apuntando los tiros hacia las guaridas de los mayores delincuentes, esto es, si en lugar de perseguir trajes y jamones fueran al núcleo de las cosas, puede que corrieran grave riesgo de encontrarse sin su empleo, pero todos tendríamos la tranquilidad, por una vez, de que a ambos lados de la información se han instalado las mismas preocupaciones: conseguir que los perros no muerdan a los transeúntes pacíficos o a sus dueños, sino que los distingan y defiendan, concentrando sus habilidades en amedrentar a los asaltantes y ladrones; y que, en tiempos de pan como de carne, no se refugien en la caseta con su rabo entre las piernas.

Perros, en fin, que acierten cuando muerdan y que, después de haber mordido, no aflojen la mordida, dejando escapar al intruso a cambio de una golosina.

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