Sobre el privilegio de ser norteamericano y la presunción de inocencia
Al director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, le ha caído encima la manera de entender la justicia por parte del sistema penal norteamericano. Y al Partido Socialista francés, que confiaba en este candidato para presentar batalla creíble al Presidente Sarkozy, se le ha puesto, -figuradamente, bien sûr- cara de tonto.
La historia puede aparecer con ribetes divertidos, pero no para el sospechoso, privado de inmediato de su libertad, mancillado en su imagen y maltrecho en su honor y ayuno, como el peor terrorista, del derecho a la presunción de inocencia -una fórmula, respetada con devoción quasi-mística en Europa, que nos sirve incluso para defender a quienes han sido atrapados in fraganti en el delito o para suscitar adhesiones mayoritarias con los que son procesados por corrupción, prevaricaciones o cohecho-.
El momento tampoco ha de parecer graciosa a todos los europeos, pues señala, en este caso de tanto alcance mediático, pero que no deja de ser uno más, la tremenda diferencia de tratamiento que merece para los jueces norteamericanos el hecho de ser ciudadano de aquel país o serlo de otro cualquiera.
En nuestra memoria está, sin duda, el caso ignominioso de la abogada española Carrascosa.
En este asunto, al tema se le otorga mayor notoriedad, porque ese "otro país" es Francia, la capital ideológica europea de los derechos humanos y el denunciado extranjero es una personalidad política y económica mundial, en campaña como candidato de su partido, y el asunto del que se le acusa -una historia de rijosidad tan irrefrenable como increíble, en un hombre frisando la tercera edad, rico y famoso, que tiene al alcance de un chasquido de sus dedos cuanto se le antoja, con una empleada de la limpieza, y a media mañana- no se sostiene ni con el pegamento imaginativo de Ildefonso Falcones.
Strauss-Kahn no es un hombre que despierte precisamente simpatías a tutiplén, pero merece, como todos, un juicio justo, con garantías, en el que se le protejan sus derechos.
Esta situación ha puesto de relieve que Estados Unidos no es un país en el que exista la protección a derechos fundamentales o, al menos, derechos considerados de primer nivel de la persona en un Estado de derechos: el derecho a la presunción de inocencia, a la igualdad de trato o a un juicio justo, son alguno de ellos: Que se pueda ejercer, ante un juez imparcial, el de defensa, otro, y asistido por un profesional del derecho; y, para el caso de que, si se es acusado de un elito, el derecho a que, hasta que no se haya completado la instrucción, y no teniendo antecedentes, y con salvaguarda de otros elementos de lógica procesal, el juez tenga en consideración aspectos personales y sociales, sin conceder mayor valor a la declaración del presuntamente agraviado que a la del presuntamente ofensor.
Y eso, aunque el primero sea ciudadano norteamericano. Y eso, aunque el presunto culpable sea un tipo que a algunos pueda parecer tan ominoso como Strauss-Kahn, gerente del FMI, ex-ministro francés, militante distinguido del Partido Socialista.
(N.B. Puede que la cuestión de fondo no esté en ser o no ciudadano norteamericano, sino en resultar molesto a los poderes fácticos.
No podemos evitar recordar a Strauss-Kahn, relajado y explícito, declarando para el documental Inside Job que hacía aproximadamente un año, había sido invitado a una cena en casa de "Hank" (Henry Merritt) Paulson, en la que los banqueros presentes habrían reconocido "haber sido demasiado avariciosos", y reclamaban del Secretario del Tesoro, "mayor control, porque tenían miedo", aunque "cuando la solución a la crisis empezó a aparecer, cambiaron de opinión".
¿Una venganza? ¿Una repetición, en versión a la francesa, del caso de la becaria experta en felatios & confessios, que dejó fuera de juego al entonces molesto Bill Clinton?
No queremos prejuzgar. Incluso si la líbido de Dominique hubiera provocado una explosión hormonal incontrolable en una mañana de primavera, este ser humano, convertido pasajeramente en animal de bajos instintos, merecería el respeto de escuchar sus razones para comportarse como un imbécil.)
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