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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre desarrollo sostenible: la combinación de quimeras y falacias

Desde que la Comisión Brundtland presentó en 1987, para las Naciones Unidas, su Informe sobre "Nuestro futuro común", introduciendo por primera vez en nuestro doctrinario el término "desarrollo sostenible" (o sustentable, según los más quisquillosos en eso de la terminología), hemos contaminado mucho.

No solo contaminación: también hemos despilfarrado energía, consumido más espacios naturales, aumentado la distancia entre pobres y ricos y sustentado unas cuantas tensiones entre los pueblos del planeta, lejos de cualquier alianza entre civilizaciones y algo más próximos a darnos garrotazos con lo que tengamos más a mano, para saldar nuestras diferencias por la vía expeditiva del otecallasotemato.

El resumen del mensaje de lo que habría que hacer, difundido por doquier, es un compendio de obligaciones de máximos y mínimos. Esta doctrina es escuchada con devoción por multitudes que están dispuestas a aplaudir a rabiar a los que aconsejan sostenibilidad, pero que no tienen igual disposición a cambiar sus hábitos.

En el fondo, la mayoría de los que son conscientes de que algo habría que hacer, renuncian a pasar a la acción en la convicción de que no es cuestión personal, sino colectiva, y que lo que uno pueda abordar es inútil, cuando hay cientos de millones que actúan en sentido contrario.

Así que el desarrollo avanza en lo insostenible, destruyendo para siempre bienes de los que no podrán disfrutar las nuevas generaciones (ni nosotros, si nos mantenemos vivos un par de años más), y nos alimentamos de quimeras (los hayqués) y falacias (los asaberporqués).

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