Sobre el paisaje
El Club Español de Medio Ambiente y el Comité de Ingeniería y Desarrollo Sostenible del Instituto de Ingeniería de España han presentado el pasado 8 de octubre de 2008, a la caída de la tarde -desde las 18 horas- varias ponencias sobre "La conservación del Paisaje".
Los conferenciantes eran todos de gran nivel: José María Blanc, Teresa Villarino, Antonio López Lillo y Leandro Fernández Sainz. El tema, de un atractivo indudable. El marco, un magnífico salón de actos en el centro de Madrid (General Arrando 38), inmejorable. La asistencia, escasa.
Las disertaciones se pueden encontrar en la página web de ambas instituciones, por lo que no se puede pretender aquí hacer su resumen ni su glosa, porque se trató de opiniones personales de especialistas en los respectivos campos.
López Lillo se refirió a la protección que el Paisaje natural recibe en la legislación española. Leandro Fernández se detuvo en las repercusiones del tráfico áreo sobre la producción de gases con efecto invernadero. Teresa Villarino puso unas notas emocionales y técnicas sobre la realidad del deterioro paisajístico que estamos sufriendo. Jose María Blanc se centró en su propia experiencia como defensor casi con carácter de free-lance del paisaje y la fauna amenazados.
El paisaje está sufriendo mucho en estos tiempos, y, como sucede con todos quienes están siendo sometidos a presión, aparentemente goza de mayor protección que nunca. Paradojas. Sucede que hemos tergiversado nuestros valores de la belleza, de lo placentero, desde una posición general, asumida por la mayoría sin problemas, a una actuación terrorista que ha llevado al subjetivismo la escala de valoración.
Y no es así, claro que no puede ser así. Todos tenemos, como uno de los valores centrales de nuestra esencia, impreso en el yo de nuestra razón práctica lo que es lo ético, lo bello, lo bueno. Lo escribió ya Kant, lo dijeron los mejores y más claros de nuestros filósofos, desde Espinoza a Hegel. Pero hemos dejado hablar a los iconoclastas que, afirmando que cada uno puede decidir como le peta lo que es bello o ético, desde su prisma particular deformado con las capas de la avaricia, la lujuria o el desprecio.
Han abierto así el camino -una brecha, en verdad- hacia la destrucción de la belleza común en beneficio de los disfrutes individuales de los más osados, los menos éticos, los más despreciables.
No hay que salir al campo, ni siquiera, para darse cuenta de lo que está pasando. En las ciudades, a pesar de los muchos planes urbanísticos, de las excesivas normas constructivas, de los indescifrables planes de ordenación del territorio, se ha destruído homogeneidad, disfrute colectivo, estética elemental, que eran un legado de nuestra historia: casas sin respeto a la alineación, rehabilitaciones que dan pena, monumentos cercados por aberraciones urbanísticas que los ahogan, exaltación de ruinas sin valor, tolerancia de solares abyectos madurando su especulación, coches inundando aceras y arrasando espacios de paseo, árboles ahogados por alcorques o sufriendo agresión continuada en parquecillos donde los ha colocado el politiqueo ...
Pero si salimos de ese paisaje urbano para encontrarnos con el Paisaje Mayor, en donde deberíamos reunirnos con la madre naturaleza, la mano infiel del hombre ha consumado, especialmente en estas últimas décanas, con la utilización masiva de los tres pecados capitales - el cemento, la corrupción y el beneficio inmediato-, la apropiación de un bien común por los más desalmados.
Somos seguramente muchos los que sufrimos junto al paisaje, por el paisaje y por nosotros mismos. Aunque la escasa asistencia de ayer llevaría a la falsa imagen de que la defensa del paisaje es cosa de conciliábulo.
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