En estas elecciones
Estamos otra vez en período electoral. En cierto modo, la historia se repite.
Por ejemplo, las administraciones públicas han gastado siempre bastante dinero en animar a los ciudadanos a votar, porque votar es un deber y un derecho y todo eso. Y lo volverán hacer. Es un mensaje neutral, aparentemente, y hay que recordar al olvidadizo votante de que, por fin, tiene la posibilidad de expresarse.
No es, qué va, un despilfarro. Los que gobiernan saben que es un dinero bien empleado y los que no gobiernan no podrán oponerse, porque alentar a ejercer el derecho al voto es una regla básica de la democracia.
Solo que la historia de cuantas elecciones en este mundo han sido, avala que el partido o coalición en el poder, vayan las cosas bien o mal, tiene siempre mayor popularidad, sus candidatos son mejor conocidos y hay un factor de arrastre intrínseco por el hecho de que "estacaramesuena" para atraer el voto delosquenuncaseenterandemasiado.
Así que, cuantos más voten, mayor será la diferencia que da la mayoría para gobernar en el recuento si la situación es de bonanza, o más benigno será el descalabro si la coyuntura se ha torcido.
Esta reflexión primera está amenazada, sin embargo, por otra constatación, acertadamente reflejada en el dicho popular: "Si llueve como si no, la culpa de todo la tiene el regidor". En otras palabras, de lo bueno como de lo malo, el culpable es aquel al que hemos puesto arriba, aunque no tenga ninguna capacidad de actuación al respecto. Y si en lugar de llover, están cayendo rayos y centellas, lo que necesitamos no son palabras, sino cobijo.
Es de aplicación al caso actual. La crisis en España continúa -y todavía no se nos ha quitado la cara de tontos, como diría Iker (capitán y portero de un equipo de genios al que da mucho gusto sacar de sus casillas), de haber visto cómo el árbitro nos ha dejado nos ha roto la estrategia, robándonos un partido que creíamos ganado-. Las promesas del equipo de gobierno central, anunciando su fin y explicando con hermosas palabras, una y otra vez, que la próxima estadística será más favorable, no sirven ya para que las piedras que se echan al cocido sepan algo a garbanzos.
Es hora, seguramente, de mirar por alternativas, como simple ejercicio de salud democrática, como medida profiláctica para que, incluso los que parecían más próximos, tomen aire, se curen de las heridas de las batallas, recompongan estrategias e incorporen ideas, pasando a los cuarteles de invierno de la oposición.
El problema gravísimo que tenemos en España es que los partidos, tanto de Gobierno como de oposición, han construído sus nuevos programas sin pensar mucho en el ciudadano -aunque lo digan así- sino, sobre todo, en sus afiliados. Es decir, intentan reproducirse, mantener el rumbo, mantenella y no enmendalla.
No queremos aparecer como obsesivos, pero ni el PP, ni IU, ni siquiera un partido con nuevos pelajes e intenciones como UPyD -y, por supuesto, tampoco, el PSOE- tienen programas en estas elecciones locales y autonómicas, que suenen a factibilidad, a cosas tangibles. Huelen a rancio.
No responden a un conocimiento profundo de la realidad que desean modificar, sino que reaparecen con el tufillo de la improvisación, adornadas con las palabras buscadas para engatusar, estructuradas con el genio insol(v)ente de lo que se sabe que no se puede cumplir, porque, aunque existiera la intención, no hay dinero y, si hay dinero, no se sabe cómo hacerlo mejor.
Nosotros votaríamos, sin importarnos en qué partido están, y especialmente si no están en ninguno, a quienes nos demostraran que están viviendo en el mismo escenario, sufriendo lo mismo que nosotros, -los ciudadanos sin militancia-, y con la sensación de falta de expectativas aparentes para que todo cambie en corto plazo-.
Votaríamos, independientemente de las ideologías que los candidatos pretendan defender -porque nos hemos hecho ya mayores, y sabemos que las ideologías sirven para muy poco cuando se trata de modificar la realidad con los escasos mimbres que tenemos en las manos- a quienes sean capaces de explicar que comprenden lo que nos pasa, que han ilusionado a algunos de los mejores, que nos cuentan lo que van a hacer con números concretos, indicando de dónde provendrán los dineros y con plazos que todos podamos revisar.
Si no se cumplen estas premisas, en estas elecciones, tal vez sea la hora de votar al Pato Donald. Convénzanos, señores candidatos, de que votarles a Vds. merece la pena frente a cualquier otro no-candidato imaginado.
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ifelgueroso -