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Al Socaire de El blog de Angel Arias

¿De veras sabe alguien lo que está sucediendo en el mundo árabe?

Son muchos los comentaristas que tratan de explicar "las claves" -así enuncian- de lo que está sucediendo en buena parte de los países árabes, embarcados en lo que parece ser un cambio sustancial de sus regímenes políticos.

Los argumentos se centran en expresar que, después de décadas de soportar dictaduras envilecidas por su distanciamiento de la población, en las que los dirigentes y sus camarillas se han enriquecido desmesuradamente, los jóvenes -nacidos durante esa época de represión y sintiéndose con frustradas perspectivas- han tomado bruscamente el protagonismo, exigiendo la apertura democrática de las instituciones del país, a semejanza de lo que ven que se está disfrutando en los países occidentales.

Como los comentaristas occidentales están viviendo en el auge de las nuevas tecnologías, han encontrado también consenso en indicar que, para propagación de ese estallido de descontento, se habrían utilizado masivamente los móviles e internet, que aparecerían como los instrumentos materiales de difusión de las movilizaciones.

Ese movimiento revolucionario habría tenido diversas repercusiones en los diferentes países en donde se está presentando, graduación que se hace depender de la sensibilidad de los actuales dirigentes para captar el espíritu y la fortaleza de exigencia de cambios -teniendo la habilidad para asumirlos o, si no se sentían capaces, abandonando la resistencia desde el poder antes que convertir en cruenta la represión- o, en los casos más dramáticos, para oponerse frontalmente a ellos.  

Si hemos sido afortunados en reflejar de esa forma la interpretación dominante del fenómeno, no nos queda sino indicar que estamos en desacuerdo, para pasar a explicar las razones de nuestro análisis.

1) Ante todo, no creemos que los jóvenes sean los instigadores de la revuelta, sino los mayores, sufridores principales de la represión, frustrados por ella y con líderes con capacidad de contactos internacionales a alto nivel para ofrecerla como una opción en el banco de pruebas de la política internacional.

2) Los regímenes dictatoriales han funcionado siempre muy bien para los intereses comerciales. Proporcionan una base de corrupción previsible, son fiables en los tratos y disponen de un aparato represivo sobre la población civil muy eficaz. No se puede olvidar que la población está siempre desarmada y, por fuerte que sea su descontento, jamás podrá alzarse en armas, salvo que cuente con el apoyo de una facción del Ejército.

3) Occidente ha tenido mucho que ver en el fortalecimiento de las dictaduras árabes, mitificando a sus líderes, ofreciéndoles amistad duradera y, sobre todo, intercambios comerciales satisfactorios.

4) Las revueltas surgieron con el único objetivo de derrocar a los regímenes imperantes. Salvo la unión para vociferar contra el dictador local -en el que se concentraron todas las iras de la población, obviando las camarillas. No existía un programa de acción posterior, ni propuestas de prioridades respecto a las actuaciones inmediatas: los propósitos respecto a lo que se iba a hacer después de la caída de los autócratas eran, fundamentalmente, producto de la imaginación periodística occidental o de profesores universitarios locales que teorizaban sobre un mundo ideal.

5) La feroz resistencia de los regímenes en Libia, Yemen y Siria no puede menospreciarse, como tampoco se pueden echar a volar las campanas de la complacencia por la aparente facilidad con la que se ha arrumbado a los dictadores de Egipto o Túnez (Mubarak y Ben Alí), ni el silencio que rodea lo concerniente con Argelia.

En los países citados en primer lugar, se está en presencia de guerras civiles que, por la posición adoptada por las potencias occidentales -tardía, confusa, timorata- arriesga convertirse en un conflicto duradero, con repercusiones bélicas internacionales, si -por ejemplo- Irán se añade a la caldera de los intereses económico-religioso-políticos.

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