De Pascuas a Ramos
El domingo de Resurrección es el día más importante del calendario católico, y no hará falta recordar aquí que lo es porque se conmemora el misterio que constituye la piedra angular de esa creencia religiosa: la Resurrección del Hijo mixto de Dios y del Hombre, confirmando su control sobre la muerte e ilustrando con esa demostración de poder la vida eterna muy diferente que espera a los bienventurados y a los demás.
Hasta la secularización oficial de las Españas, ser católico era el adjetivo central de la tarjeta de visita de los españoles por el mundo. En cualquier lugar donde se encontraran, los domingos los expatriados buscaban afanosamente una iglesia de ese culto, para cumplir la obligación de oir misa, que era la condensación más aparente de su devoción, a la que nadie osaba contradecir.
Por eso, con permiso de Ramón María del Valle Inclán y su alter ego, el Marqués de Bradomín, podría decirse que los españoles (varones) eran, como éste personaje de ficción, feos, católicos y sentimentales.
Volviendo al hilo que dejamos suelto al principio, se entiende que, como demostración de estar al loro religioso en la España posterior a las Cruzadas y hasta el advenimiento de los distintos ismos, desde el ignosticismo al idiotismo, existiera la sana costumbre de felicitar las Pascuas el domingo de Resurrección (es decir, el 24 de abril de 2011, en el año en que escribimos estas notas).
La felicitación se acompañaba, en casos especiales, con otros dones. Los padrinos de Bautizo entregaban el bollo (dulces o dineros) a sus ahijados, los cuales, el domingo anterior -el de Ramos- les habían llevado a su casa una palma bendecida -con la subliminal intención de recordarles la siguiente efemérides-, que se colocaría en el balcón como fórmula infalible para ahuyentar demonios.
Todos procuraban estrenar alguna prenda, que habría de durarles el resto del año, cuanto menos. Tenía, por ello, sentido, estar más alegre que unas Pascuas -era día de felicitaciones, estrenos y fiestas-.
En la misma línea, para expresar que algo acontecía rara vez, se expresaba que sucedía de Pascuas a Ramos que es, prácticamente, el año completo, pues las dos dominicas están separadas solo por una semana, que es la de Pasión. "Nos vemos de Pascuas a Ramos", podía decirse, con cara de lástima, cuando te encontrabas con alguien a quien, en realidad, no deseabas ver frecuentemente.
Como las cosas derivan por caminos insospechados, también se puede hacer la Pascua, -o sufrirla- que es sinónimo de hacer la puñeta. Amando de Miguel, que ha escrito sobre este antífrasis, opina que es más bien una ñoñería (ñoñismo, le dice), una forma de farsa educación para evitar decir un taco o una palabra malsonante, equivalente al hoy común nojodas.
Habrá que inventarse algo para sustituir las creencias de esta Hispania que ha dejado de ser católica para arriesgar no ser nada, más que recuerdo de lo que era, pero con servidumbres de las que flagelan al que las mantiene. El domingo de Resurrección, en Toledo, en la misa pontifical, las puertas de la catedral estuvieron cerradas durante hora y media, para impedir que los turistas distrajeran a los fieles mientras se celebraba el rito.
Como casi todo tiene dos lecturas, también se impidió con ese cerrojazo a los fieles salir a tomar el fresco o a evacuar necesidades físicas, por lo que la estampida de la una y media (aproximadamente) por el portalón catedralicio fue de tomapanymoja. Una forma de hacer la Pascua a los que estaban en ella.
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