Hacia un nuevo modelo económico, pero ¿cuál? (1)
Dejemos la ortodoxia, el análisis sistemático, la pomposidad del lenguaje. Utilicemos la intuición, nacida de la observación subjetiva, pero culta, de lo que está pasando en la economía global.
Muchos expresan que es necesario un nuevo modelo económico, presuponiendo que habrá alguna fuerza superior capaz de imponerlo. Qué ilusión. El nuevo modelo económico, surgido de la transformación controlada de las estructuras existentes, hace ya tiempo que se instaló entre nosotros.
Y estos son sus elementos principales:
1. Férreo control de las grandes líneas de producción básica (minería, materiales, energía, agua, medios de transporte, etc.) por macro-empresas multinacionales, en régimen de monopolio u oligolopolio imperfecto. Con la misma estrategia, se han configurado los líderes absolutos de otros sectores relacionados con nuestra idea de bienestar: producción de fármacos, tecno-medicina, alta tecnología, investigación de alta calidad, producción de los llamados bienes culturales, información, etc.
En algunos casos, el capital de estas empresas, con capacidades de actuación muy superiores a la mayoría de los Estados, parece encontrarse en manos de personas físicas, de familias que han tenido éxito desproporcionado en sus planteamientos de negocio.
No nos debemos engañar. Estos detentadores masivos de capital y, sobre todo, de capacidad de decisión, reúnen muy variados intereses económicos de fuerte potencial, y sus líneas de actuación concretas son confiadas a ejecutivos muy capaces y excepcionalmente bien pagados, cuyos bonus estarán ligados a la obtención de beneficios, lo cual se convertirá en garantía de proseguir aumentando el control global para los accionistas, que adoptarán, gracias a los lazos de intereses que les unen, las grandes directrices.
No hay porqué imaginar objetivos altruistas, ni capacidades sobrehumanas. En los consejos de administración de esos mastodontes empresariales, se sientan individuos de lo más normal, con comportamientos éticos y personales que no están -ni tienen porqué estarlo, claro- precisamente dirigidos por la idea iluminada de aumentar el bienestar colectivo, salvo que se traduzca en lo que puede medirse: dinero, bienes, poder.
La utilización eficiente de la visión económica, de disponibilidad de materias primas, de recursos, de vacíos legales, de más favorables ambientes laborales y políticos, no se detendrá. Puede que, para tranquilizar las conciencias de sus nichos de clientela más exigente, se esfuercen en presentar brillantes informes de sostenibilidad y atractivas memoria ambientales. Será una posición pasajera, zonal, y, por tanto, simbólica, pues faltará la supervisión global de sus actuaciones.
En realidad, no tendrán (no tienen) empacho en combinar sedes oficiales, filiales o participadas en paraísos fiscales, manejar la economía sumergida donde haga falta y, por supuesto, alimentar la corrupción de los tomadores de decisiones, con poder suficiente para retirarlos del mercado de trabajo si oponen alguna resistencia.
Sus medios de actuación directos para incrementar la rentabilidad serán siempre los clásicos: reducir personal, deslocalizar factorías y centros de producción hasta donde los costes sean menores y, también, incorporando más automatización y extremando los ahorros en los inputs y procesos.
Las consecuencias para los países hoy llamados desarrollados son claras: reducción de empleo y actividad en ellos, que se verá desplazada hacia países emergentes, con mejor disponibilidad de materias primas, mano de obra más barata, y menor control legal y ambiental. Las necesidades financieras no serán la preocupación fundamental para estas multinacionales, pues se encuentran en situación de fijar los precios de mercado.
(seguirá)
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Antonio Fumero -
Manolo Vila -