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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo que queda del año

Sobre lo que queda del año

Lo que queda del año, el 28 de diciembre, desde el punto de vista del calendario son tres días, uno de los cuales es muy importante, porque es el último y, como tal, se celebra en todas partes con una fiesta en la que se bebe bastante y, por tanto, es propicia para entablar nuevas relaciones, tal vez, pasajeras.

Pero lo que queda del año, utilizando la acepción coloquial en español de "poso, resto", es aquello que resulta más significativo de lo que nos ha pasado. Así que, aunque tomamos el título de la muy buena novela de Kazuo Ishiguro (y conocida película de James Ivory, con textos de Rurh Prawer Jhabvala) "The remains (a veces erróneamente identificada como remainders) of the Day", nos estamos refiriendo a lo que ha sido lo más sobresaliente de este año de 2010.

A escala mundial, ha sido un año pródigo en desgracias, que algunos pueden atribuir  a las fuerzas del calentamiento global y otros, a la persistencia con la que se concentran en algunos lugares del planeta los fenómenos naturales y los artificiales (estos, creados por el hombre).

El 12 de enero, Haití fue señalado por la mano de Dios con un terremoto terrible, que provocó dos centenares de miles de muertos -seguramente, muchos de los que tuvieron más suerte- y alrededor de un millón de desplazados, cifras ambas provisionales, puesto que aún no se acabaron de contar al momento presente. Esta desgracia concitó la conmiseración general, viajes al lugar de excesivos políticos prominentes, y acumulación de promesas de ayuda inmediata, que, en no pocos casos, se están esperando.

Vinieron después el terremoto de Chile, y las inundaciones de Pakistán, Perú y Colombia, y las erupciones de Islandia y Filipinas -entre otros acontecimientos naturales-, lo que mantuvo a las fuerzas de la solidaridad atareadas y a los nativos de estos países, en tensión por su supervivencia y la salvaguarda de sus bienes, a menudo, escasos pero imprescindibles. 

Si en desastres naturales estuvo 2010 bien servido, no faltaron guerras, revueltas, tensiones políticas y marginaciones de pueblos enteros. No será posible recordarlos a todos, y sí enumerar, como símbolos de lo mucho que se está deshaciendo en lugares no siempre remotos, Irak, Afganistán, Sáhara Occidental, Costa de Marfil, y, junto a ellos, las guerras particulares de AlQaeda contra todo lo que se mueve en cualquier dirección que no sea la suya, y esas otras, también sórdidas, que se libran desde las guaridas del narcotráfico, la prostitución, o el crimen organizado de cualquier pelaje.

2010 nos dejará, a los españoles, el regusto amargo de una crisis de la que no levantamos aún la cabeza, y que nos pesa en los hombros como plomo, particularmente a los que solo tienen las ganas de trabajar como recurso.

Hay una sensación de desorden en las instituciones, incluso las que nos esforzamos en creer más respetables -desde el gobierno hasta la judicatura, desde los partidos a los sindicatos, desde las iglesias a los empresarios-, y han quedado también al descubierto agujeros con sabandijas de índole diversa, que hubiéramos preferido ignorar: privilegios inconcebibles en salarios, más corrupción en lugares que hubiéramos deseado mantener como ejemplo de honorabilidad, pederastias y vicios en quienes predican ética con una mano y tocan sus mierdas con la otra.

Puede que 2010 parezca un año para olvidar, pero también nos ha dejado alegrías, y no solo en el campo del deporte, que también, porque de enajenados sería no haberse alegrado con las selecciones españolas y sus triunfos internacionales. Hemos tenido medio Premio Nóbel (el hispanoperuano Mario Vargas Llosa), aunque sea en esa categoría de esfuerzo y consumo individuales que es la literatura y, si nuestros centros de investigación no han descubierto nada relevante, parecen estar en el camino, siempre largo y difícil.

Y a ese nivel tan particular que corresponde al entorno inmediato de cada uno, todos habremos recibido nuestra dosis de alegrías y penas, y habrá dado como resultado un balance que resulta muy personal, pero, como todo lo humano, también es en parte transferible, siempre que contemos con espíritus amigos con los que compartir, lo bueno como lo malo.

Esa constatación de no encontrarnos nunca solos es el mejor poso que cada año nos deja para el siguiente, y que transmitimos, como deseo y voluntad de hacerla siempre efectiva, a nuestros amigos, y a todos nuestros lectores.

(Nota.- El dibujo que ilustra este comentario corresponde al título "Mujeres de nuestra tribu", del que es autor Angel Manuel Arias)

2 comentarios

Administrador -

Esta de Flaubert es, por supuesto, una de las muchas buenas frases que combinan los tres momentos de la percepción del tiempo que nos fluye, inexorablemente.

Opino que no hay forma cabal de reflexionar sobre el presente desde "el ahora", ya que su destino esencial es escaparse.

Obsesionarse con el presente puede ser hasta peligroso. No hay más que tratar de concentrarse intensamente en la realidad del "estar viviendo" para que se nos revienten los oídos.

Parece que algunos pueden permitirse preparar bastante bien su futuro; no ha sido mi caso, aunque no me ha faltado rebeldía para saltar de caballo en plena carrera, incluso a riesgo de dar con mis narices en el suelo.

PILAR NÚÑEZ -

Quizás sería un buen momento para reflexionar sobre aquello que dijo Flaubert :"El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He aquí por qué se nos escapa el presente".