Sobre la identidad digital
En una frase afortunada, Luis Arroyo Galán, uno de las autoridades de la red que actúan desde España, expresaba con un pensamiento neocartesiano lo que está pasando: "Yo soy yo y mi identidad digital".
Esta constatación inteligente tiene idénticas raíces que la frase más agreste que circula por ahí, emitida incluso desde la boca de patanes tecnológicos: "Si no tienes un e-mail (o estás en Facebook, o en Twitter,o en algún otro lugar identificable del universo virtual) no eres nadie".
La fiebre por estar presente en el mundo de los bits y los herzios, comunicándose con otros cuantos seres, conocidos y desconocidos, con los que se acaban construyendo complejas interacciones, alcanza niveles patológicos, pero también cuenta con fervorosos defensores de esta forma de ampliar, en una dimensión a la que se conceden posibilidades ilimitadas, los amigos y los conocimientos y, por lo tanto, las oportunidades de hacer negocio, difundir lo que uno piensa, pescar en sentimientos ajenos, etc.
Varían los sujetos y son diferentes las formas y los objetivos por los que se ha accedido al escenario de lo virtual. Hay quienes están convencidos de que se trata de un espacio en el que se cuecen las habas y, por tanto, es el lugar en donde se han de ganar los garbanzos. Son los que acumulan amigos en las redes, en la esperanza de que se convertirán en clientes, prosélitos o comilitones de negocios.
Otros, se mueven por esas tierras del megaespacio buscando en ellas la plataforma para encontrar una mayor difusión a sus pensamientos e ideas; no faltan tampco quienes han sido introducidos allí por pigmaliones mucho más jóvenes, generalmente descendientes de su propio árbol genealógico, y alardean con sus colegas iletrados en este arte de escribir para las ondas que tienen una identidad digital para poder comunicarse con su nieto, que está haciendo un máster en Canadá o que así vigilan mejor los amigos de sus hijas quinceañeras.
Para algunos, la identidad digital ha pasado a ser la obsesión que hay que mantener viva. Para muchos de los que se cruzan con aquella en esa irreal existencia, es lo único que conocen del "amigo", del "colega" virtual. Ese "otro" que, curiosa y dramáticamente, y aunque podamos obtener un registro completo de sus andanzas por la red, puede permanecer como perfecto desconocido cuando nos cruzamos con él en la calle de la realidad.
En estos casos, como hicimos notar, no somos "yo y nuestra identidad digital", sino solo (o, ni más ni menos), que esa "identidad digital", que nos ha usurpado el yo real y al que tenemos, a pesar de la demanda creciente de tiempo que nos exige el alter ego de las ondas, que mantener vivo cada día.
Porque corremos el riesgo de caer también nosotros confundidos por la dimensión que cobra nuestro espectro, sin percatarnos que ese engendro que paseamos por las ondas, no puede llegar a ser el objetivo principal, sino un elemento más, secundario aunque potente, de nuestra personalidad.
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