Sobre lecciones de macroeconomía para pobres diablos
Macroeconomía para pobres diablos podría ser el título de un bestseller, en el que se explicara, de pé a pá y a la patalallana cómo diablos funciona esto del dinero, con qué criterios le dan al rabil los que manejan las máquinas de tirar papel que vale mucha pasta y qué pinta tienen los que juegan con nuestra expresada ambición de que nos dejen en paz la mayor parte del tiempo posible, echando dosis de pánico en el frasco donde se cuecen unos indicadores de su malauva y a los que nos han colado en nuestra sala de malestar como índices de confianza.
El mago de la chistera que es el presidente Zapatero ha sacado el 1 de diciembre de 2010 de su fabulosa capacidad para asombrar a extraños y propios la firme decisión, que se plasmará en un acuerdo del Consejo de Ministros del viernes 3, que va a reducir la cartera de empresas públicas, apoyar a las pymes bajándoles algo los impuestos y fastidiar, no hay que suponer la intención, a los parados de larga duración (tosco eufemismo), echándolos a los cocodrilos de la inanición al suprimirles el subsidio.
La medida es, en realidad, el acompañamiento a la decisión del Banco Central Europeo de comprar deuda española a un precio razonable, y a las declaraciones en apoyo de lo bien que lo estaba haciendo el Gobierno de España en el manejo de esta crisis-huracán que tenía que pasar inadvertida por nuestras costas y, por un desgraciado viraje, nos dió de lleno, cuando no teníamos las puertas y ventanas apalancadas.
Ni más ni menos que el correoso Comisario Joaquín Almuna (hablando en español, para que se le entienda aquí), el díscolo presidente del Banco de España (MAFO, por fin advertido de que no le pagan por andar revisando las previsiones oficiales del Gobierno), una anónima subsecretaria del Estado norteamericano (Lael Brainard, enviada para vigilar cómo se hacen las cuentas aquí) y el desconcertado presidente del BCE (Jean Claude Trichet, que conduce el coche económico europeo cambiando de marchas sin percatarse de que está sobre un automático) han aplaudido, alabado y refrendado la solidez de nuestro sistema de producción y flujo del dinero.
La Bolsa española, ante tales declaraciones y augurios, ha dado un rebote desde las profundas simas en las que estaba sumida. El dinero reapareció en los mercados, atento a sacar tajada de estas perspectivas.
En el Manual de macroeconomía para pobres diablos se explicaría que este juego de la Bolsa no es apto para ellos, aunque se cuenta con que se les atraiga para que pongan su dinero en el tapete. Como en otros juegos, desde la Lotería hasta las máquinas tragaperras, los que ganan siempre son los que han fijado las reglas.
Y una de ellas es que, salvo la Banca, todos acaban perdiendo a largo plazo hasta la camisa.
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