Sobre la regionalidad, el desarrollo y la globalización
El intento de resolución de un dilema puede conducir -cuando se cierra en falso- a una paradoja.
La combinación del propósito de la globalización que, como concepto "ómnibus" contiene una buena dosis de falsedad y voluntarismo, y la presión concreta -ausente de inocencia- para encontrar una solución regional a los problemas propios (fundamentalmente, la generación de empleo que permita el sostenimiento del nivel de vida), genera una de las contradicciones más dolorosas de nuestra sociedad.
Ante todo, es necesario ser absolutamente claro: nos encontramos en un mundo insolidario, cruel y fanático, en el que la globalización es una quimera. No podemos pretender encontrarnos en un mundo global -y, por tanto, tampoco deberíamos hablar de sostenibilidad- cuando, al menos, 1.000 millones de personas no tienen acceso al agua potable, fallecen de desnutrición miles de niños (y adultos) cada día, y mantenemos desigualdades dramáticas entre los países y, dentro como fuera de ellos, entre las rentas personales.
A partir de la insinceridad de los planteamientos solidarios (a escala individual como colectiva, incluídos los Estados y, si pretendemos existe un liderazgo mundial, por parte de los G-8 o los G-20+) se practica la teoría, cuya instrumentalización admite muchas vertientes, del "sálvese quien pueda".
Y, como consecuencia, asistimos a; 1) el despilfarro de los recursos propios, repitiendo a escala regional o local comportamientos ineficientes o improductivos, 2) la pésima utilización de muchos de los recursos ajenos, que, según nuestra posición de dominación o de dependencia, sometemos al proteccionismo o a las hipotéticas leyes del mercado; 3) la ausencia de una coordinación global que permitiera definir sobre el empleo más rentable, en términos de productividad, de los recursos globales, en especial en las áreas básicas: alimentación, agua, energía, tecnología de infraestructuras y servicios y conocimientos médico-farmacéuticos.
He aquí, pues, la paradoja: En la Unión Europea, las diferentes regiones pugnan por alcanzar una relevancia tecnológica a nivel mundial, sin que exista verdadera coordinación a nivel conjunto. Se repiten, una y otra vez, los mismos esquemas, sin que se detecte la voluntad de repartir los papeles sustanciales, concentrando los focos de eficiencia.
En el caso de España, la situación puede considerarse dramática.
El número insoportable de Universidades regionales, lastradas por la ineficiencia de equipos profesorales, en general, escasamente cualificados (y mal pagados), unido a la falta de iniciativas empresariales innovadoras a escala local, genera un entramado de incompetencias prácticas en las que el observador podrá distinguir siempre a alguna empresa multinacional que se beneficia de los incentivos públicos, del trabajo gratuito -para ella- de funcionarios e investigadores, y de la formación de personal adecuado para ser utilizado como mando intermedio en los "centros de eficiencia" que han ubicado en los caros Parques Tecnológicos que, por lo demás, languidecen entre interesadas exhibiciones políticas cortoplacistas, decisiones estratégicas tomadas con criterios multinacionales y las duras realidades de los mercados.
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