Sobre la distancia entre inconformismo y acción
Las crisis son momentos estupendos para escuchar a los filósofos y, especialmente, a esa clase de pensadores sin manual de instrucciones que son los macroeconomistas.
No nos estamos librando de nada. Cada dos por tres, alguien nos ilustra sobre el fracaso de la economía del mercado, las consecuencias de la perversión y avidez acumulativas del capital, o la pérdida de respeto a valores que no deberíamos haber menospreciado.
Estos pensadores, a algunos de los cuales incluso se les remunera por decirnos que no hemos querido escucharles, cuando, en realidad, han sido incapaces de meternos el miedo en el cuerpo mientras los anemómetros señalaban bonanza y no la previsión de huracanes, seleccionan ahora con ahinco las razones de nuestros males, repartiendo mandobles a diestro y siniestro (según su presunta ideología).
Sin pretender una enumeración exhaustiva, he aquí algunos de los argumentos al uso, tomados al tresbolillo, que es como se generan:
a) no ser conscientes de nuestro emplazamiento en una naturaleza con medios limitados, y haber estado expoliando el planeta e incluso calentándolo con nuestra piromanía;
b) haber dejado que el capital acumulara demasiados beneficios, hasta no saber qué hacer con él;
c) no haber demostrado sensibilidad y/o solidaridad con los demás seres (humanos o no), y, según otros, haber demostrado excesiva simpatía hacia los necesitados, concediéndoles subsidios y beneficios sociales en lugar de abandonarlos a su -mala- suerte;
d) habernos pasado por el arco del triunfo la guía de actuación que suponían los principios de la ética universal, explotando, para enriquecernos, los recursos de aquellos a los que, previamente, hubo que convencer de que eran pobres,...
No tenemos hoy voluntad de hacer el análisis de la calidad relativa de tantas opciones de las razones de generación de esta crisis que, además, está admitido que es múltiple: económica, política, de valores, de iniciativas, de recursos, de ideas.
Total.
Lo que nos sorprende algo es que, habiendo tanta coincidencia en el diagnóstico, no haya más propuestas en apoyo de la única salida que nos queda abierta a la esperanza. Deberíamos dejar de engañarnos con la persistente huída hacia adelante de las economías -consistente básicamente en apropiarnos hoy de las expectativas del futuro-.
Para conseguir la salvación, tendríamos que abandonar la explotación avariciosa por unos de otros seres humanos y de sus recursos, introduciendo argumentos falaces respecto a los títulos de propiedad y los méritos de los que expropian, y, de una vez por todos, hacer descansar nuestra felicidad en lo que generamos, damos y compartimos, y no en lo que mantenemos en nuestras alcancías, consumimos o despilfarramos.
No hace falta subirse a un púlpito y apelar a la revelación divina para escupir esto a la cara de cada falso penitente.
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