Sobre la actitud y sus réditos
Hemos oído muchas veces que la actitud predispone al éxito o al fracaso. Quizá nosotros mismos hemos podido comprobar que hay algunos días en los que nos sentimos más capaces de acometer acciones o proyectos más difíciles, que teníamos postergados a la espera de una mejor ocasión.
Puede que también tengamos una pequeña relación de "personas talismán", amigos o conocidos que nos infunden alegría, y a los que recurrimos en horas bajas.
Hay quien confía, antes de hablar en público, iniciar una negociación importante o, sencillamente, para animarse, en los efectos salutíferos de "una copita" (sobre las consecuencias de deslizamiento hacia la alcoholemia de este hábito, renunciamos a expresarnos ahora).
La observación de comportamientos -algunos, difundidos en imágenes o reconocimientos explícitos- indica que no faltan quienes, antes de empezar un trabajo, entrar en una reunión o iniciar un encuentro deportivo, acarician un amuleto, repiten una serie de movimientos que "les dan suerte" o...miran al cielo o hacen una apurada señal de la cruz, invocando la ayuda de espíritus superiores.
No tenemos criterio firme. Puede que todo sirva para algo, puede que no. Dependerá de lo que cada uno crea, pues el factor placebo juega un papel subjetivo. En realidad, seriamente, pensamos que no sirve para mucho. La actitud más positiva del mundo puede venirse abajo en un segundo ante una mala noticia; el ánimo más encoraginado se desmoronaría al saber que ha muerto una persona querida o que somos portadores de un cáncer mortal.
Los responsables de grupos -en la empresa como en la política- tienden a animar a sus empleados con arengas en las que se preconiza la importancia de las actitudes positivas, la importancia de creerse que se van a conseguir los propósitos, como base para acabar lográndolos.
Por supuesto, pocas veces se consigue lo que no se desea. Pero es muy superior el número de los que no consiguen lo que desean, por más fervor que pongan en su anhelo (bastará echar una mirada a las colas para comprar lotería o echar la quiniela).
Seamos, pues, sinceros. La actitud es un accidente de la materia. Sus réditos dependen, fundamentalmente, de la casualidad, salvo que pongamos de nuestra parte lo que depende de nosotros: trabajo, conocimiento y, por supuesto, no perderle la cara a las dificultades -en especial, las que nos crean esas armas de torpe catadura que son la envidia, el rencor, la maledicencia, la ignorancia o la desidia-.
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