Sobre la naturaleza del sentimiento trágico de la insoportable levedad del ser
Es un título largo para un ambicioso pájaro intelectual de cortas alas formales que ha ocupado y preocupado a filósofos, aficionados, hombres de ciencia y, por supuesto, patanes y charlatanes. Cada uno resuelve la cuestión como puede (nunca como quisiera).
Nos referimos a la inmortalidad, cuestión que, dada la evidencia constatable sin fisuras de que el cuerpo se descompone y desfigura, hasta prácticamente desaparecer, se ha concretado en la investigación sobre las posibilidades de supervivencia del alma, del espíritu, de lo metafísico, más allá de la muerte de lo corpóreo.
Ni siquiera estamos de acuerdo en lo que se debería definir como alma y, por ello, no faltan quienes niegan su existencia independiente, relacionándola con los efectos de reacciones físico-químicas que nos obligan a querer ser.
De entre los muchos que han dedicado tiempo a pensar sobre la naturaleza de esa intuición, queremos destacar en este Comentario a tres intelectuales de formación muy distinta, pero disfrutando de escepticismos parecidos: Tito Lucrecio Caro (De rerum natura, De la naturaleza de las cosas); Miguel de Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida) y Milan Kundera (La insoportable levedad del ser).
El poeta latino, en la traducción del abate Marchena, defiende la inmortalidad del cuerpo, en tanto que materia, frente al alma, perecedera, aunque "tiene su germen propio, que se desenvuelve/y juntamente con el cuerpo crece".
Consecuente con las raíces epicúreas de su pensamiento, da máxima importancia a la moral personal y, ayuno de toda racionalidad científica -incluso respecto al nivel que se encontraba en su época, a principios de la era cristiana-, Tito Lucrecio Caro nos iguala a todos en la variable tiempo: "...y aquel que acaba de cubrir la tierra/no estará muerto ya por menos tiempo/que el otro que murió mil años antes".
Kundera, como existencialista, se ha mantenido (y mantiene) filosóficamente preocupado por la inutilidad de la vida personal frente al espíritu colectivo, alimentada por la tensión emocional que nos lleva a remover el pasado para tratar de conseguir dotarla de algún sentido. "La mierda es un problema teológico más complejo que el mal. Dios les dio a los hombres la libertad y por eso podemos suponer que al fin y al cabo no es responsable de los crímenes humanos. Pero el único responsable de la mierda es aquel que creó al hombre."
Unamuno intentó poner el dedo en esa llaga de esa herida de una forma similar. "Quien lea con atención y sin anteojeras la Crítica de la razón práctica, verá que, en rigor, se deduce en ella la existencia de Dios de la inmortalidad del alma, y no ésta de aquella. El imperativo categórico nos lleva a un postulado moral que exige a su vez, en el orden teológico, o más bien escatológico, la inmortalidad del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece Dios. Todo lo demás es escamoteo de profesional de la filosofía."
Leyendo lo que otros, más capaces, han escrito, no resulta difícil identificarse con los que emplean la sinceridad y no el ropaje de la fantasía o la petulancia para trasladarnos lo poco que sabemos, sobre todo, de lo que más necesitamos conocer.
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