Sobre la conservación del patrimonio arquitectónico y las ruinas
La declaración de un edificio como elemento merecedor de especial protección, supone, paralelamente, la asunción de claras obligaciones de conservación y, en su caso, restauración.
En otro caso, no tiene sentido llenar el país de BICs, (bienes de interés cultural), Monumentos nacionales y provinciales, edificios declarados con valor industrial, patrimonios culturales, etc. Si no se dedican las partidas presupuestarias correspondientes, todo será papel mojado. Aún peor, las declaraciones de valor que se hayan hecho servirán como muestra de la dejación pública y privada.
Tenemos demasiados edificios catalogados, monumentos y arquitecturas huérfanas, desasistidas del apoyo imprescindible, que se arruinan día a día. Muchos, en manos privadas, sufren el acoso de las inclemencias atmosféricas, mientras sus propietarios esperan que todo se derrumbe para conseguir la declaración de ruina y poder poner en valor el terreno en el que se asientan.
Vemos ventanas y puertas abiertas para que entren vientos, lluvias y visitantes de todo tipo, aceletando así el proceso de descomposición de lo que los libros entienden que tiene o tuvo importancia para ser conservado.
No le va mejor -en absoluto- al patrimonio en manos públicas. Una fiebre declarativa ha llenado el país de edificios a los que se dedicó dinero público para la compra, se les concedió título de protección -ya se ve que ni siquiera honorífica-, y son pasto de zarzas, ocupas, incendios provocados y fortuitos, agresiones de todo tipo.
Más coherencia, pues. Dar el nombre de la antigua dimensión a una ruina no sirve para mucho. Pretender que algo tiene valor y no ser consecuente en protegerlo como se entienda merezca, no demuestra más que la falta de respeto de estos tiempos hacia lo que debería apreciar e incluso, en algún momento, ha dado aprecio.
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