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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el perendengue de la política

Cada cosa tiene su perendengue. Algunos son más robustos que otros y el perendengue de la política, no es que sea de los mayores, pero deben admitírsele ciertas peculiaridades. Aunque, si bien se considera, el suyo es como el perendengue del fútbol; ambos tienen muchas coincidencias.

Por ejemplo, todo el mundo conoce las bases de los dos juegos: hay que meter gol en la portería contraria y, una buena parte de las personas han hecho sus primeros pinitos, de forma espontánea, en los dos. ¿quién no sabe dar patadas, atinadas o no, bien a un tema, bien a las espinillas del contrario?. Si teníamos, además de la afición, vocación, quizá hasta hemos sido representante de curso en la Facultad, extremo izquierdo en el equipo de barrio, o Presidente de la Comunidad de Vecinos hinchas del Spórting.

Seguro que conocemos a alguien que destacaba en alguno de los dos deportes, a nivel local, y que sigue teniendo disposición para volver a asumir los papeles en ocasiones excepcionales: partido de representantes de la judicatura contra delincuentes comunes, negociar una compensación por la pérdida de maletas en un viaje a Japón, etc. Hay que reconocer que hay gente que está especialmente dotada, de forma natural, para jugar al balón o por lo bien que hablan. Piquito de oro, Maradona, Pelé, Castelar, les dicen.

Casi ninguno de quienes manifestaron sus habilidades de forma temprana, sin embargo, -hagan memoria, señores- triunfaron en el juego de la verdad de la política o del deporte. Abandonaron o los tumbaron sin piedad, otros que eran menos diestros pero más hábiles o mejor protegidos.

Ejemplos hay a miles: Julio Iglesias, que era un buen portero, se dedicó a cantar y triunfó. A Baltasar Garzón, el juez, le pasó prácticamente lo mismo, aunque ahora, injustamente en nuestra opinión, vuelve al cante. Florentino Pérez, que fue delegado de curso, prefirió primero montar una empresa de construcción para cumplir su gran deseo de llegar a ser presidente de un club famoso. Son solo unos pocos modelos de carreras reorientadas a tiempo, de arabescos laterales.

Pocos hay que son diestros simultáneamente en ambas disciplinas: Laporta es, quizá, el paradigma de la combinación hasta ahora más lograda entre la afición al fútbol y a la política, aunque tratándose de la Generalitat se puede hablar, quizá con mejor propiedad, de aflicción a la política.

La opción más habitual cuando se quiere dedicar alguien profesionalmente al fútbol o a la política es la de ponerse bajo la tutela de un experto e ir adquiriendo habilidades de las que, en principio, se carece, o avanzando mejorando las que se apuntan o se cree ver apuntar. Se comienza, generalmente, por presión de su padre, a asistir regularmente a entrenamientos y reuniones, y, si no se desfallece, al menos, tendrá la compensación de ser suplente.

Siguiendo con las similitudes, de fútbol y de política todo el mundo entiende. No hay ser humano que no manifieste sus preferencias, filias y fobias y, sobre todo, que no se encuentre en disposición de expresar lo que debería haber hecho aquel que está en el campo o en el ministerio. Desde la grada y desde el butacón se ven estupendamente los fallos de posición, los errores de apreciación de la magnitud de las crisis, los defectos de preparación física, las debilidades y fortalezas del equipo contrario y la tendenciosidad de los árbitros, sean jueces, periodistas o intelectuales.

Todo sería más o menos aceptable si, de pronto, no surgiera un Leo Messi, un Barak Obama, un Ronaldo, un Helmut Schmidt. Esos tipos -y otros, que podríamos citar, pero preferimos que sea el lector quien ponga sus acentos- desbaratan las ideas preconcebidas. Son capaces de hacer, de un golpe de inspiración, lo que a los demás les resultaría imposible aunque tuvieran varias vidas. Son seres de otro mundo. Así no se puede. Con ellos en el campo, solo queda actuar de comparsa.

Es de agradecer que, cuando a esos monstruos del fútbol o de la política se les alaba por lo que hacen, se refieran a que no serían nada si no fuera por el grupo. "Es labor de todo el equipo", reconocen. ¡Ellos, los genios!.

Podríamos escribir del perendengue de la investigación científica, solo que, en este caso, habría que empezar ilustrando sobre una diferencia capital con la política y el fútbol: opinar sobre lo científico no es intuitivo; no se nace sabiendo. Hay que estudiar duro para  saber, y por eso, es una disciplina que no atrae a casi nadie. Tampoco da dinero a los que la practican.

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