Sobre la Semana Santa y el cambio climático
En el mundo cristiano, la celebración religiosa del misterio más profundo de la fe -el camino que va desde la muerte de Dios encarnado, por petición expresa de su propio pueblo, el elegido, hasta su gloriosa Resurrección y Ascensión a los cielos-, ha ido degenerando hasta convertirse en una semana completa de asueto.
Para un pequeña minoría de los creyentes, el más específico sentimiento de devoción que puedan experimentar, apenas si guardaría relación con asistir al espectáculo relativo conformado por alguna procesión de encapuchados, con hachones y cilicios, siguiendo un paso de la Magdalena, de la Virgen de los Dolores o del Cristo Yacente.
Para la inmensa mayoría, Semana Santa significa escaparse de la ciudad y del trabajo, y pasar unos días de asueto, tomando el sol en las playas, subiendo montañas, esquiando, o entregados al dolce far niente, sin preocupación, desde luego, por lo que puedan estar haciendo los devotos de convocar la devoción de deidades, aunque sean las más verdaderas y arraigadas en nuestra tradición.
Calculando que en estos días haya habido, solo en España, del orden de 6 millones de desplazamientos, a una distancia media de unos 300 km, resulta que se han devorado 1.800 millones de km, que -utilizando una cifra aproximada- suponen 3,5 K t de CO2 equivalente lanzadas a la atmósfera en honor del futuro cambio climático.
Como cada año se emiten del orden de 30 Gigat de esa sustancia gaseosa, a cuya masa España contribuye con un 1% (unas 440Kt), podría deducirse, que son despreciables (menos del 1%)las emisiones hispanas a la mayor gloria de la destrucción de la biodiversidad producidas en Semana Santa. Qué aliivio.
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