Sobre las consecuencias de la ausencia de una Coordinación energética en la Unión Europea
La Unión Europea sigue siendo, básicamente, una unión de comerciantes, aunque, con el tiempo, han aprendido a ocultar sus verdaderas intenciones para enmascararlas al tiempo de ofrecer otras. Por supuesto, no se trata de desacreditar a esa agrupación de países que defiende en los foros internacionales, y de una forma no únicamente simbólica, principios de libertad, democracia y participación que están, desgraciadamente, muy olvidados en las relaciones internacionales.
Pero no conviene olvidar que la Comunidad Europea gestiona apenas el 1% de los fondos totales de los países que la integran, y que, a pesar de su frenética, y a veces furiosa, actividad legislativa, su capacidad coercitiva para hacer cumplir a sus Estados miembros (y a las grandes empresas) las instrucciones que emanan de sus Organos, es bastante escasa.
En el aspecto energético, falta una estrategia común en la Unión Europea, y cada uno de los Estados soluciona de forma autárquica sus necesidades. Aunque existe una Directiva, por ejemplo, para formentar el uso de los biocombustibles y otras energías alternativas, su incumplimiento es manifiesto, y, por ello, la credibilidad de futuras previsiones está en entredicho. En el caso de su apoyo al protocolo de Kyoto, la UE ha querido ser -para darle en el morro a Estados Unidos- más papista que el Papa y, por ello, se ha metido en un berenjenal del que probablmente solo le queda la huída hacia adelante, con planes cada vez más ambiciosos, pero incumplibles.
Aunque la UE es deficitaria en la producción energética, los grandes grupos de producción energética han tomado posiciones a la chita callando, tratando de controlar el mercado de los países menos desarrollados dentro de su territorio. Mientras se habla de liberalizar, los grandes monopolios locales, llámense Gaz de France, RWE, E.ON, EdP siguen realizando sus compras en los países con mayor apertura, hacen sus reajustes liberándose del lastre que les apetece, y no se arredran en adoptar entre ellos acuerdos de control de mercados, bajo la forma sibilina de respeto a la competencia. Mal se puede construir un mercado competitivo, que debiera estar regido por la fuerza de los consumidores y sus apetencias, en una estructura de oligopolios, dominando de forma pactada, las essential facilities para la vida.
Nos parece que España debería tratar de abrir una brecha en el frente, con acuerdos entre países de segunda línea pero con los que se pueda aprovechar alguna complementariedad: países que apuestan por tecnologías más ecólogicas, que no tienen problemas para la implantación de la energía nuclear en su suelo, o que son deficitarios a corto plazo de gas natural.
Creemos que nuestro país debería tender hacia una clara sobredimensión productiva y ser modelo en la reducción de consumos superfluos. Estamos convencidos de que el -ya falso- "parón nuclear" es, para cumplir nuestros objetivos económicos, una rémora insostenible, y, con las debidas garantías, hay que empezar de inmediato la erección de un par de nuevas centrales nucleares y resolver la cuestión del almacenamiento de residuos.
Estamos convencidos de que los biocombustibles no tienen futuro en nuestras latitudes, y, por ello, su apoyo con subvenciones debiera ser revisado. Apoyamos, por el contrario, el fomento de la investigación de la producción de energía solar y fotovoltaica, hoy tan retrasada. Dudamos de las capacidades de la energía eólica como productora fiable, y hay que resaltar que en ningún caso este tipo de energías puede sustituir a la producción básica, sin zonas valle, de las centrales de carbón, gas o petróleo.
¿A qué esperamos para poner el cascabel al gato? ¿A que sea demasiado tarde, y sigamos en una dependencia costosa de los países mentalmente más desarrollados?
0 comentarios