Sobre las perspectivas de recuperación económica en España
Si atendemos a la percepción directa de la actividad económica española que puede obtenerse directamente de la calle, no hay ningún síntoma de recuperación aún. El número de locales comerciales que están cerrados o anuncian su total liquidación por cese de negocio, ha aumentado. El número de viviendas ofrecidas a la venta o en alquiler no disminuye, más bien crece. Y el precio de los inmuebles -en cualquier lugar del país- sigue su tendencia bajista.
En los comercios que resisten, los precios han bajado. Los carteles que confrontan, junto a la mercancía de todo tipo, el precio de "antes" con el de "ahora", son absolutamente frecuentes. Pero, salvo excepciones, los locales no presentan gran activididad, y muchos están vacíos.
Concorde con estas apreciaciones del personal a pie de calle, las cifras oficiales, a regañadientes a veces, reflejan que el paro crece (4,3 millones de personas sin trabajo y queriendo tenerlo), y que la actividad económica declina (el pib disminuyó un 2,9% en 2009 y las previsiones son de que caerá un 2,3% en 2010). Y lo que es más grave, de ser "el país mejor preparado para afrontar la crisis económico-financiera" (gracias, teóricamente, a un modelo de reservas bancarias ejemplar, a una economía más pujante y a otras ilusiones), hemos pasado a ser reconocidos como aquel que se recuperará más tarde de todos los desarrollados.
De poco serviría el optimismo crónico del Gobierno -que persiste en indicar que los datos son menos malos y que lo peor ha pasado- si no se acompañara de medidas o expectativas concretas para reenderezar la tendencia. Porque el deseo no es fórmula para conseguir lo que se anhela: si así fuera, ponemos por caso, cada año, los millones de ingenuos quasiludópatas que creen que este año les tocará el gordo en la Lotería de Navidad, verían premiados sus boletos.
En macroeconomía, sobre todo, lo peor que se puede hacer es no actuar y decir que se está muy bien, porque con ello se consigue que las empresas se endeuden más con perspectivas de negocios internacionales que no habrán de concretarse. En microeconomía, la contraposición de una realidad directamente percibida de más paro e inactividad, contrapesada con mensajes de optimismo desde el Gobierno, mina la credibilidad de éste y crea desconcierto que contrae aún más el mercado.
Las medidas a adoptar han de ser muchas, muy intensas e inmediatas. No pueden ir, desde luego, por la vía de incrementar los impuestos, pues esto retraerá aún más la iniciativa empresarial y el consumo. Para crear empleo, hay que estimular la creación de empresas, facilitando los créditos y orientando las opciones de inversión: lo mercados internacionales de los países emergentes son una oportunidad ahora aún mayor; favorézcase la exportación, la colaboración con sus administraciones y apóyense, con tecnología, sus sectores estratégicos.
Imprescindible la reducción del número de Cajas y su reorganización interna, prácticamente todas ellas (a salvo de La Caixa, Cajamadrid y Cajastur) amenazados de una quiebra que será sonora, pues, metidas en política, nos tememos que están ocultando sus verdaderas situaciones patrimoniales y el alcance de los riesgo que han asumido, impulsadas por sus gestores, con orientaciones exhibicionistas a la galería votante.
(seguirá)
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