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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la televisión pública y sus retos

No eran malos los anuncios de TVE. La nostálgica despedida de algunos anunciantes, en un macroanuncio de final de época -queremos suponer que pagado a precio de oro por ellos- abre una época de incertidumbre, pero no para las casas publicitarias, sino para el ente público.

Si alguien sentenció que la publicidad es mala, aparte de la sospecha fundada de que pueda tratarse de un majadero, no entiende de la misa la media. Los buenos anuncios proporcionan información al espectador, incluso sirven de divertimento. Algunos eslógan publicitarios han pasado al acervo lingüistico o gramatical del televidente. Por supuesto, los anuncios son un medio de ingreso que, en el caso de un medio público, habrán de ser compensados por mayores subvenciones y apoyos de las arcas que alimentamos con impuestos todos los contribuyentes.

A nosotros nos parecía, además, estupendo, que se anunciara, en la interrupción publicitaria, el tiempo que tardarían en reanudarse la película, el folletín o el debate que estábamos siguiendo. Daba tiempo para programarse, y preparar un café, ir al baño o estirar las piernas.

El infumable bodrio con el que se obsequió a los aburridos bien intencionados desde TVE1 como espectáculo de final de año, suscita algunos comentarios nada elogiosos. La sucesión ininterrumpida de recortes de canciones, gags y bailoteos -por no decir aún con mayores gritos la opición de la sucesión de semidesnudos de glorias del destape que deben andar ahora criando nietos con que se intentó premiar a los masoquistas que aguantaron la programación hasta las 3 y media de la madrugada del día 1 de enero de 2010- fue una demostración de la falta de imaginación con la que jamás se habrá de suplir la falta de medios y el desinterés.

Mal empieza el año el equipo del nuevo Presidente Albert Oliart, cuya relación con el mundo de la farándula, por otra parte, podría restringirse a las conversaciones mantenidas con su ex-yerno Joaquín Sabina, admirado showman, cantante y poeta. Cuando contemplábamos, atónitos, entre copa y copa, el despliegue de despropósitos con el que se pretendía, seguramente, hacer una retrosprectiva de otros años de celebraciones de final de año, nos imaginábamos al venerable ex-abogado del Estado, respetable multi-ministro de la transición, ayudando a la selección de los trocitos de variedades que sirvieron, en otras coyunturas, para alegrar algo las noches más largas del año.

Aquí un poco de Julio Iglesias, allá unas gotas de Betín Osborne y los Manzanero, no me olvidéis a Mari Trini ni a los Tres Sudamericanos; sí, sí, también a Juan Pardo, a Luis Aguilé, a Mari Trini y a Rocío Jurado y, por supuesto, a Marisol, al Dúo Dinámico, a Bosé, los Triunfitos, y a Escobar y Peret. Para alegrar algo más los recuerdos, unos recortes de Tip y Coll, de los primeros Martes y Trece, de Angel de Andrés, Gila, Toni Leblanc y de... ¿cómo se llamaba el de Saben aquel que díu?... eso, Eugenio.

Aquello parecía una versión de Trivial para envejecientes. No se identificaba a los artistas, ni a sus versiones, que se sucedía con una cadencia tan vertiginosa como deslabazada, atropellando, nos tememos, derechos de imagen, de autor, de respeto a la interpretación artística original y preludiando posibles reclamaciones judiciales. 

Cuando apagábamos el televisor para lavar los platos de la cena familiar, revivimos la imagen de la que fue magnífica vedette del espectáculo de variedades, la carnal Rosa Valenty, con quien nos habíamos cruzado al mediodía en el metro, salida Avenida de América. Más estirada de piel, con la mirada algo perdida de los que, por haber sido famosos, se preguntan si serán todavía reconocidos, hermosa todavía, pero ya pasados de arroz. Su desnudo, que levantó pasiones, posiblemente solo animaría hoy -lamentablemente- a quienes, apagada la luz, necesitarían una dosis de Viagra para encontrar esa parte de cuerpo que les dió momentos inolvidables de placer.

Oliart, el mundo ha cambiado mucho desde aquella transición. En esta otra, hay que dejar las hemerotecas para los nostálgicos y ceder la toma de decisiones a quienes conviven con otras formas de pasar el rato. El reto de la RTVE pública es encontrar un nuevo camino, no hollar en los destrozos de lo que el tiempo ha consumido.

 

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