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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la oscura relación entre legisladores y jueces

Si hubiera que construir un esterotipo sobre tan delicada materia, diríamos, para empezar, que los jueces aplican la ley (en general) y los legisladores la fantasía (no siempre en la dirección deseable).

En esa línea de elucubración, se podría aventurar que, para ser perfectos, los jueces no debieran conocer nada del mundo, solo la relación de normas de las que tienen que servirse para juzgar. Item más: no tener amigos, no dejarse influir por nada ni por nadie. Sacerdotes de una divinidad por la que se construye la metáfora sublime: el imperio de la Ley.

Da mihi factum, ego tibi ius. El juez por excelencia, incontaminado, sería aquel que hubiera sido retirado a una urna incomunicado de todo -bien alimentado, eso sí-, pertrechado con las enseñanzas de sus maestros y con la cabeza atiborrada por libros de ciencia jurídica, y solo debería permitírsele ilustrarse con las sentencias de sus antepasados en la judicatura, especialmente las de los estamentos superiores, y congratularse de las suyas propias.

Estamos consiguiendo ese objetivo de apariencia quimérica.

Los jueces españoles, después de una dura carrera de cuatro o cinco años en la Universidad en donde cursaron derecho, y una preparación extenuante -es un modo de expresarlo, una licencia literaria- de casi quinientos temas donde se resumen diez o doce asignaturas de su licenciatura y algunos adornos, han de superar quisquillosas pruebas, sometidos a una tensión insoportable -calor, emociones, no haber dormido las tres noches anteriores a los ejercicios-, que les capacitará para cambiar su vida a la temprana edad de veintitantos años.

A partir de ese momento sublime, tenderán a elevarse un par de palmos sobre los demás mortales, que, por lo general, les rehuirán, aunque algunos tendrán, si Dios no lo remedia, que sufrir sus fallos. Hasta que un día se caigan del caballo (más o menos pronto; quizá nunca) y se den cuenta que de la vida saben muy poco. Para entonces, puede que sean ya magistrados.

La trayectoria vital del legislador es igualmente inenarrable en detalle, aunque tiene peculiaridades estrambóticas . Gozará de una reserva de identidad, para evitar interferencias indeseables sobre su profiláctica labor. Escribirá y escribirá, teorizando sobre lo sublime como de lo ridículo, de lo necesario como de lo intrascendente.

Sabemos, salvo excepciones, de su existencia, por sus efectos. Con algunas características comunes con el juez y con el verdugo, desearían, posiblemente, en la soledad de sus alcobas, disponer de un alter ego, un sosias, un clónico que le permita a él/ella mantener el anonimato cuando se equivocan y salir a saludar a los tercios cuando estén para aplaudirles.

El legislador recibe órdenes del Gobierno reinante, por lo general, muy precisas, que el perverso ciudadano puede imaginar así : "Descojóname este sector"; "Trata de darles por el culo a estos otros"; "Vamos a ver si conseguimos el consenso con esta tontería". Pero, también seguramente, aunque cortas, las instrucciones, serán otras.

Muchos inocentes piensan que la única preocupación del legislador es que las cosas salgan mejor, se hagan bien, se corrijan los desequilibrios. Es una ingenuidad. El legislador también se crea a sí mismo muchísimo trabajo, porque es una máquina de generar. Vive y se justifica a base de disposiciones transitorias, derogaciones parciales y totales, remisiones en blanco, leyes marco, tranvía, ómnibus, reglamentos, reales decretos, transposiciones, errores de transcripción, etc.

Suponemos que, a veces, los legisladores y los jueces se encuentran en las cavernas del Estado y celebran unas fiestas algo sórdidas en las que ellos, junto con los abogados, son los invitados, y los que pagan, -eso, no cabe dudarlo- los ciudadanos normales.

Llamamos ciudadanos normales -ignoramos exactamente cuántos son- los que no necesitarían las leyes para cumplir con la ética universal y los que únicamente precisan de los abogados y de los jueces para defenderse de los ataques de los que creen que las leyes han nacido para violarlas o aprovecharlas en su propio beneficio.

Desgraciadamente, no todos los legisladores ni siquiera todos los jueces se darán cuenta jamás de lo que esperan de su trabajo esos seres que tal vez aquellos vean como fantasmagóricos, sombras sin rumbo en el mundo donde ellos ponen las ideas.

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