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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la situación en Irán

Las elecciones de junio de 2009 en Irán han provocado una dura frustración entre los partidarios del candidato reformista Musaví, que entienden que ha habido manipulación en los comicios, como resultado de los cuales la Junta electoral ha dado como vencedor al presidente Ahmadineyad.

Las sospechas de que las elecciones no han sido leales con la oposición, y que se ha pretendido amañar una adhesión mayoritaria inexistente, para un proyecto político aislacionista y falto de visión integradora, son tan fuertes que, con la información disponible, solo se puede decir que los seguidores de Musaví tienen razón. Las dictaduras no quieren más que adeptos y, si les faltan, los inventan.

Irán es un país abandonado por la política occidental, desde la caída del régimen del shah Palevi. Los intentos de democratizar (mínimamente) Irán, tutelados por el imperialismo norteamericano, se volatilizaron en manos de un fanatismo que no ha sabido rentabilizar los recursos naturales del país en beneficio de una población atrasada, pobre y aislada.

El régimen de los ayatohlás ha convertido al estado iraní en una república religiosa de naturaleza incomprensible desde muchos puntos de vista.

La cuestión ahora no es si hay o no democracia en Irán (no la hay), o si la confusíón de lo religioso y lo político tiene sentido (no lo tiene). No hay libertad en Irán, como en la mayor parte de los países árabes -en donde la religión se convierte en una coraza que consolida el retraso y la pobreza para la mayorías, mientras una minoría disfruta de las ventajas y  se enriquece.

No está solo el régimen iraní en esa cortedad de miras. Subsiste el mal en algunos países americanos, africanos, asiáticos e incluso europeos, aunque es posible distinguir muchos grados en la inopia a la que se fuerza a sus ciudadanos. La base es la misma: un despotismo anacrónico, desilustrado, repleto de falsos valores y atiborrado de adoctrinamientos interesados. El objetivo es idéntico: la oposición es perseguida, encarcelada, destruída, vituperada, amenazado.

Cuando vemos las fotografías -escasas- de las manifestaciones a favor y en contra de Mahmud Ahmadineyad, cuando constatamos que el líder de la oposición ha tenido que ocultarse en paradero desconocido, para no ser encarcelado o asesinado, no hay preguntas que hacer.

Hay solo que expresar la más profunda desaprobación por el interés ilegítimo, antihumano, desleal, de aplastar toda crítica, rehuir toda controversia, creerse en la posesión de la verdad.

No hay un Dios verdadero que pueda ordenar la destrucción del que no piensa como uno; ni siquiera, aunque la mayoría esté de acuerdo con que hay que exterminar al enemigo.  

No importa lo que hayan dicho ni Mahoma, ni Jamenei, ni Chavez, ni Tomás de Aquino, ni el Lucero del Alba. Por encima de cualquier presunta revelación divina, de cualquier pretensión dogmática, del hipotético carisma de los iluminados, está el sentido común.

Todos los hombres merecen idéntico respeto y, para avanzar, hay que contar con el viento de la oposición. No porque juegue en contra, sino porque su impulso ayuda a los que están en el poder a hacerlo mejor.

Si se niega el valor a la oposición y a los opositores, se está negando la propia legitimidad. Porque, justamente, el que haya contrarios, legitima la democracia.

Cuánto camino nos queda por recorrer. Cómo vuelven a estar presentes las palabras de un Albert Einstein al que le preguntaban sobre el tipo de armamento que se emplearía en la tercera guerra mundial. "No lo sé. -parece ser que dijo-. De lo que estoy seguro, es de las armas que se utilizarán en la cuarta: palos y piedras".

Allá vamos. Allá nos quieren conducir. Para plasmar una alianza de civilizaciones, primero hay que conseguir que los iguales lleguen al poder, que los pueblos se pueden expresar con libertad. Abajo las cadenas.

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