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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el azar y la necesidad, aplicados a la política

La referencia al azar o a la necesidad constituye, como es sabido, una de las claves centrales de nuestro proceso cognoscitivo. La ciencia ha reducido el terreno del azar en muchos campos clásicos, pero se han descubierto nuevas parcelas en las que lo inexplicado tiene sus cuarteles.

Hay quienes, conscientes o no de la incapacidad humana para entenderlo todo, han reducido la cuestión a sus postulados más simples. Unos entienden que Dios lo tiene todo controlado, hasta los menores detalles, y en esa mente privilegiada por excelencia y por sí misma, se contiene toda la sabiduría, todas las previsiones y cábalas, todos los hechos, pasados, presentes y futuros. Es decir, Dios sería la Necesidad, la Fórmula perfecta.

Otros, justamente en la dirección contraria, entienden que el azar es el rey de la materia. El Caos, el crecimiento del desorden, la complejidad creciente sin orden ni concierto, sería el motor único de la evolución de cuanto nos rodea, a estos seres específicos, falsamente privilegiados por la circunstancia de haber tomado consciencia de que somos perecederos, víctimas de ese azar que todo lo domina.

En los caminos intermedios, filósofos, científicos, pensadores de los más variados campos, tratan de conquistar terrenos a lo que se pensaba que era azar, para convertirlo en fórmulas, es decir, para repetirnos, para llevarlos al dominio de la necesidad. Hace tiempo que los cuerpos no caen al suelo -a todos los suelos- por hacer, sino por gravitación universal; sabemos que hay enfermedades que no solamente tienen nombre, sino que podemos curar; hemos dominado algunos ciclos energéticos para condicionar el movimiento de ciertas máquinas; etc.

En la política y, para ciertos reyezuelos del saber intutitivo, también en la economía, parece que hay demasiados campos para el azar que deberían, sin embargo, haber sido entregados a la necesidad. Menos voluntarismos, más trabajo, menos voces y exigencias desmesuradas, más criterio, más cálculos certeros, menos aprovechamiento de la ignorancia de los más, y más control a la desfachatez y ganas de apropincuarse de lo ajeno en unos menos.

Porque no hay necesidad alguna de apelar al azar, cuando sabemos que algunas cosas de las que nos suceden son consecuencia directa de otras que no se ha sabido o querido controlar.

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