Sobre lo que traen los Reyes Magos a los niños huérfanos
Eranse una vez tres jóvenes de diferentes orígenes, que vivían en países muy alejados entre sí. Tenían en común algunas aficiones, la curiosidad por viajar y conocer gentes de otros lugares. Eran gentes exquisitamente educadas, conscientes de vivir en un mundo global, convencidos de que todos los seres humanos eran iguales y que tenían derecho a disfrutar de la vida de acuerdo con su capacidad, trabajo y circunstancias.
Se habían conocido por internet, y, después de caer en la cuenta que tenían muchas aficiones comunes, habían decidido emprender un viaje de aventuras, en el que deberían recorrer la misma distancia para confluir en un destino común. Se habían prohibido llevar ordenador, ni radio, ni brújula, ni mapas. Solo podrían guiarse por las estrellas y preguntando a los lugareños.
Assí pues, habían salido pertrechados de sus respectivos hogares, con ropas de abrigo y víveres, trescientos dólares y el tanque de gasolina lleno. Los tres eran aficionados a las motos y tenían, justamente, el mismo modelo, que no viene al caso.
Habían tenido claro desde el principio el punto final de su viaje: Belén. Para empezar sin que ninguno tuviera ventaja especial, y aunque no se trataba de una competición, pero no querían que ninguno pudiera salir favorecido, y después de varios tanteos con el compás y el intercambio de unos cuantos e-mails, establecieron tres puntos para comienzo de su viaje, que los situaban en igualdad de condiciones. El primero, partiría desde Yakarta, en Indonesia; el otro, desde Grozny, en Chechenia; el norteamericano, que había nacido en Utah, fue obligado a partir desde Abidjan, en Costa de Marfil.
Los tres estaban solteros y eran, cada uno a lo suyo, creyentes. Por tradición familiar y por convicción personal, se consideraban fieles seguidores, de una de las religiones monoteístas más difundidas en la Tierra, todas ellas, verdaderas. No eran fanáticos, simplemente, pensaban que su religión era la única convincente . Uno era cristiano copto; otro, judío ortodoxo y el tercero, musulmán.
El viaje estuvo lleno de aventuras, y no careció de sinsabores y alegrías. A veces se creían perdidos, pero las estrellas les guiaban a su destino. La Polar, y la Cruz del Sur, desde luego; aunque también sabían interpretar las señales de estrellas desconocidas para casi todo el mundo. .
Los tres ardían en deseos de encontrarse en Belén, para contarse cómo les había ido. Para conocerse, al fin. Para abrazarse
Perdieron algunos días, y no pudieron estar en el destino perseguido la noche del 24 de diciembre, sino unos días más tarde. Se encontraron de pronto en un territorio en guerra. Las luces que provenían de lo que parecía Belén no aparecían en el cielo, sino que surgían de explosiones a ras de tierra. Comprendieron que eran fogonazos de misiles y se asustaron. Temieron que no podrían llegar nunca a Belén.
Cuando llegaron, en efecto, Belén ya no existía. Solo encontraron un montón de ruinas, miles de cadáveres, unos soldados que cantaban victoria y hombres y mujeres desarrapados que gritaban. También tropezaron con algunos niños huérfanos, que deambulaban entre los escombros buscando algo que comer.
Se abrazaron, después de presentarse.
Lo que habían visto les heló la alegría. Repartieron entre aquellos niños desnudos y desnutridos las cuatro o cinco tabletas de chocolate que les quedaban, y se pusieron a llorar junto a ellos.
Estaban llorando cuando oyeron a sus espaldas una vozque parecía provenir de unas zarzas ardiendo, pero no supieron distinguir lo que les decía. Eran frases ininteligibles, en un idioma que tal vez desconocían. Por fin, uno de ellos creyó entender lo que preguntaba la voz. Era de un niño al que una bomba le había seccionado las piernas. Preguntaba: "¿Sois vosotros los Reyes Magos?". Y les apeteció morir de vergüenza.
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