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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la misión de paz en Afganistán

Recorrer la historia de los pueblos que han conformado la naturaleza de ese país sin fácil solución que es Afganistán, es sumergirse en la persistencia de la incapacidad humana para entenderse.

Afganistán ha estado siempre en la encrucijada de las culturas. Cuando la ambición del hombre era más modesta, y Dios era uno solo, los afganos -una forma clásica, pero falsa, de denominar a la inmensa cantidad de tribus que fueron creciendo y multiplicándose, y, por tanto, dividiéndose entre sí- se dedicaron a la agricultura y a la oración. Así descubrieron cosas muy interesantes para la filosofía, la medicina, la ciencia en general.

Después, y cuando el centro del mundo se descoyuntó, movido por fuerzas centrípetas con la naturaleza común de la ambición humana, Afganistán se encontró transformado en una tierra limítrofe: por arriba, el cristianismo ortodoxo y el marxismo; por el occidente, el islamismo; por el sur, el hinduismo.

Los afganos, tierra de castas impermeables coexistiendo en el mismo espacio, añadieron a las etnias, es decir, a las diferencias morfológicas, los elementos sobrenaturales, como explicación para la desigual distribución de los recursos naturales. Como consecuencia, unos se sintieron, con el paso del tiempo, más comunistas -antes del marxismo, por supuesto-; es decir, algo más humanos; otros, se hicieron más radicales en su islamismo pseudocristiano, es decir, algo más divinos; algunos, tocados por la mano de la ética universal, se hicieron más tolerantes con los inferiores, esto es, más vulnerables; otros, se vieron menos inferiores con los tolerantes, equivalente a decir que más revolucionarios; etc;...

Emancipado de Inglaterra desde principios del siglo XX, el personaje ficiticio que es Afganistán miró el mapa y se encontró en medio de países igualmente inventados, en donde se concentraban demasiados seres, genéticamente compatibles pero ideológicamente estériles, dispuestos a defender con uñas, dientes y kalashnikóvs -allí inventados- sus perfectas culturas y sus indiscutibles tradiciones, que les conectaban directamente con su Dios, que era para cada etnia, único, incuestionable, y, por ello, muy exigente con todos los demás.

Para los talibanes y chiítas, en realidad, su Dios había devenido terriblemente exigente; conformándolo a imagen y semejanza de lo que deseaban que fuera, quienes se consideraban herederos legítimos de lo mejor de la etnia pastú, no dudaron en imponer con las armas su pretensión de supremacía, para hacerla indiscutible los que se resistían a admitirse claramente inferiores.

Las castas inferiores, resultaron fácilmente contaminadas por ideologías foráneas, y a algunos de sus miembros se los encontró convertidos en peligrosos comunistoides que superponían, haciéndolas aún más dañinas, sus ansias de redención aquí en la tierra, a las ya de por sí peligrosas herejías suníes, cuando no al nefasto agnosticismo práctico.

Se conformó así un tinglado ideológico en el que tuvieron su caldo de cultivo propio en las etnias de hazaras y tayikos, aquellas de las que habían salido quienes tradicionalmente habían jugado casi a la perfección su papel de criados y sumisos, el rol que les correspondía en la división original de los títulos que hicieron sucesivamente los persas, los  dioses, los turcos y, ya en la época más moderna, los británicos y los norteamericanos.

Difícil una misión de paz en Afganistán, sin duda. Sobre todo, si quienes la pretenden están armados hasta los dientes y entretienen su ocio paseándose entre las tribus de pacíficos, buscando que no se peleen entre sí ni los maten los malos en su presencia.

Porque la paz duradera ha de estar apoyada en un potente músculo de tolerancia cultural, pero sobre todo, ha de contar con un sólido respaldo económico y un gobierno autóctono, democrático, fuerte y creíble incluso para sus detractores.

No bastan un par de miles de observadores, por más que tengan buena voluntad, luzcan boinas azules y uniformes brillantes, compren en los mercados las legumbres más caras y se desplacen a toda velocidad entre los poblados, con miedo a verse atacados en el tránsito, refugiándose luego a escribir cartas de amor y aburrimiento desde sus campamentos blindados.

No basta condolerse de lo pobres e incultos que son estos afganos, mientras las empresas de los países ricos les extraen el gas natural y los minerales del subsuelo.

Desde luego, hacen falta muchas cosas en Afganistán. Además de tecnología y recursos, en los primeros lugares de la ayuda, ha de figurar la doctrina de la tolerancia, ayudándoles a sentirse cómodos en su rica pluridad de creencias, convencerles de que la verdad está en el respeto a la pluralidad y en la búsqueda de la igualdad.

Tenemos dudas de que exista en la comunidad internacional autoridad suficiente para detentar la transmisión de ese mensaje, que está en dirección contraria a lo que ha recorrido este país y que no parece triunfar, tampoco, en el mundo occidental.

Pero, sin necesidad de romperse mucho la cabeza sobre lo que podría hacerse, existen opciones sencillas para salir del atolladero.

Porque, hoy por hoy, Afganistán sea un banco de pruebas de la incapacidad de los seres humanos para entenderse, el país está tan abajo, que con poco que se haga, puede subir unos peldaños. La hambruna, el desgaste brutal, la inestabilidad, la altísima tasa de natalidad por mujer como única ilusión para la redención, son tremendos. La última vez que entregó algunas cifras de su economía, población, índices de mortalidad, etc, estaba inequívocamente situado en el último lugar de los 192 países que figuraban en la relación.

Paz a los hombres de buena voluntad, decimos por acá...Si tuviéramos algo de sensibilidad y mucha más voluntad...seguro que no necesitábamos tantas palabras ni nos daría tanto miedo llamar a las cosas por su nombre.

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