Sobre Bolonia, belenes y bolonios
Hace una década, un grupo de políticos deseosos, como todos los de esa subespecie cultural, de pasar a la Historia, tuvo una idea magnífica: conseguir que en la Unión Europea, ese lugar idílico en el que existía la libre circulación de personas y bienes, los títulos oficiales fueran homologables, válidos para ejercer la profesión en cualquiera de los países que conformaban ese supraestado embrionario, antes llamado Comunidad Europea.
Ese Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) se llamó, popularmente, Bolonia, en recuerdo del lugar en donde se firmó el propósito. Y con ello, se armó el Belén. A partir de entonces, especialmente en España, -país esencialmente europeísta y disciplinado hacia todo lo que viene de fuera, a la par que polemista con todo lo de dentro-, no hubo paz.
El gobierno interpretó lo que le vino en gana respecto a lo que se había firmado; las Universidades y los colegios profesionales de las carreras de ciclo largo -ahora, se dijo, sin sentido para el mundo laboral, solo válidas para la miniesfera investigadora y docente- pusieron el grito en el cielo; los estudiantes, preocupados al parecer por las tasas académicas y amigos por propia condicicón de armar bulla, se lanzaron a la calle.
La cuestión nos parece muy grave, pero no tiene que ver con Bolonia. Tiene que ver, y de forma directa, con la aberrante concepción de nuestra Universidad, con la dotación de las cátedras y métodos de acceso al profesorado, con la arcaica definición y contenidos docentes de la mayor parte de las asignaturas, con la obsoleta concepción de las carreras y especialidades en multitud de disciplinas, con la separación entre el mundo docente y el práctico y, en fin, con la urgente necesidad de revisar para qué sirven, en realidad, los estudios universitarios.
Todo este tema complejo no apunta hacia Bolonia, sino hacia la revisión de un concepto de apariencia ingenua, pero muy dañino, que es la "libertad de cátedra". En ese altar, se han inmolado y, por supuesto, se siguen inmolando hasta que no lo remediemos, cientos de miles de víctimas -los estudiantes, los padres paganinis, los empresarios que deben pagar por re-formar a sus empleados, los contribuyentes fiscales, etc- .
Vayamos, pues, al grano. Que se revisen los planes de estudio, que se acomoden a la realidad de los mercados, y que la saludable libertad de cátedra se reduzca a lo que debió haber sido, la necesaria libertad ideológica en los temas opinables, pero, en absoluto, para permitir que cada supuesto sabio, por haber ganado una oposición, seguramente amañada, imparta en su clase, a pobres inocentes, lo que le salga de la pelota.
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