Sobre la reconstrucción de la izquierda
La izquierda española está en crisis. Por lo menos, la que representa Izquierda Unida (paradojas del nombre). Su líder político hasta hace muy poco (25 de octubre de 2008), Gaspar Llamazares, ha dimitido, y, después de haber dirigido duras críticas a sus compañeros de coalición -en particular, al PCE-, ha pedido la "refundación de la izquierda".
Llamazares pertenece al tipo de político poco carismático, frío, culto, lento y moderado en la reacción y con cara y modales de buena persona. Son los más adecuados para que sus correligionarios les den caña y, en especial, si militan en un partido de los llamados de izquierda que no haga más que perder votos en cada elección. Es un excelente buco emisario, un recogetortas de primera.
IU es un tremendo cajón de sastre en donde la marginación provocada por la concentración en los dos grandes partidos -PSOE y PP- ha acabado agrupando a muchos de los que querían disponer de un espacio propio en el que, eventualmente, sacar la cabeza, aprovechando el tirón ideológico formal que supone ser más socialistas que el PSOE, esto es, más papistas que el papa..
El galeno nunca ejerciente Gaspar Llamazares confunde, seguramente, la medicina, porque se equivoca, en nuestra opinión, en el diagnóstico. La izquierda ya no es lo que era, y no hay porqué refundarla, ya que está perdida para siempre. Pero no estará de más recordar lo que no debiera incorporar, como norma de actuación, un partido de progreso, que deseara atraer votantes.
a) No hay porqué enfatizar el aspecto "ecologista" como sentimiento de "izquierda".
Defender la naturaleza no es una opción ni de derechas ni de izquierdas, es una necesidad. Por eso, hay que tener mucho cuidado en lo que se dice: si por izquierda ecológista se entiende la denuncia sistemática de cualquier deterioro del paisaje o de la naturaleza, la negativa a la implantación de nucleares o las reticencias hacia los trasvases, hay que asumir que esas opciones no atraen, por sí mismas, a los votantes, sino que diluyen el resto de los mensajes.
Hay que tecnificar ese discurso, haciéndolo adaptativo y flexible a las necesidades económicas y, sobre todo, enfocado hacia la consecución de puestos de trabajo nuevos y a la garantía de estabilidad de los existentes.
b) Se debe realizar una crítica coherente de la economía de mercado, apoyando la pequeña y mediana empresa, la iniciativa privada provista de alta conciencia social, y reclamando la incorporación de los jóvenes al mercado del trabajo y la plena utilización de todas las capacidades. Pleno empleo significa, también, plena utilización de disponibilidades, jóvenes, maduros, ancianos. Hombres y mujeres.
Hace falta mucha información, actualizada, y participar en todos los debates sociales con un mensaje homgéneo y coherente. Tampoco se debería realizar una crítica frontal indiscriminada hacia el gran capital, el sector bancario o las multinacionales. No estamos en un mundo idílico, sino que es necesario negociar con las fuerzas dominantes. No es factible una revolución con pocos mimbres y hay que apoyar la transformación continua de la sociedad, introduciendo elementos en el paradigma colectivo, que lo enfoquen hacia el objetivo de mejorar la cantidad y calidad del trabajo y el bienestar de los más débiles.
c) El estado social tiene una fisura gravísima: la falta de control de las prestaciones y el descuido sistemático en la valoración de las necesidades de las clases menos pudientes.
El discurso oficial de los grandes partidos se ha dotado de tintes sociales muy creíbles formalmente, pero está lleno de incongruencias, fallos y vicios, que hay que detectar con ejemplos concretos. No se puede decir, sin más, que "el PSOE se ha derechizado" o que "el PP es herencia del franquismo". No es verdad y, además, no dejan de ser frases sin gancho, vacías, poco estimulantes, fáciles de contraatacar.
España ha mejorado drásticamente sus prestaciones sociales y los dos partidos mayoritarios desean convencer a sus votantes de que son capaces de hacer una mejor gestión de los dineros públicos. ´Venden capacidad de gestión, pero no ideas. Un partido que desee transformar la sociedad, para mejor y más solidaria, tiene que plantear soluciones de optimización, que no tienen porqué ser de reforma drástica, porque pocos las entenderían y aún menos las seguirían. El miedo a cambiar bruscamente está en la esencia del animal humano. Programa concreto y datos fiables -sobre todo, valroaciones económicas- deben estar en cada propuesta.
(Y así siguiendo. Pero como no militamos, ni pensamos militar, en ningún partido, nos retiramos discretamente a nuestros cuarteles, sin dejar de manifestar nuestra voluntad de seguir atentos a la renovación de un partido, que se nos antoja imprescindible para mantener viva la conciencia colectiva, en la convicción de que "la serpiente divina se asoma por el ojo divino y encuentra que el mundo está bien hecho", como decía Vicente Aleixandre... Y hay tanto por hacer...)
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