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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los agujeros negros

Entre la llamada fe del carretero, cerrazón voluntaria de la razón por la que se renuncia a analizar el porqué de las cosas, y la avidez del científico por conocer el origen de todo, y en especial, la fórmula magistral que dirige el Universo, hay posiblemente infinitas posiciones intermedias.

 Los grandes científicos de nuestra época se mueven entre fórmulas y complejas hipótesis que ya no se estudian en prácticamente ningún sitio. La mayor parte de los maestros prefieren las teorías clásicas, que se entienden mejor, se pueden explicar bien y, aunque no justifican muchas cosas, cumplen su función de poner a funcionar la mayor parte de los cerebros normales.

Cuando Stephen Hawking, ese astrofísico empeñado en divulgar conocimientos reservados a los muy altos chamanes, publicó Agujeros negros y la historia del tiempo, explicó que los agujeros negros son la consecuencia de la muerte de las estrellas gigantes rojas. Al enfriarse el núcleo, aumenta la fuerza gravitatoria y se reduce drásticamente su masa, por lo que después de varios miles de millones de años la primitiva gigante se concentra en un volumen mucho más pequeño que el original, y lo que antes era gigante pasa a ser enana blanca.

En determinadas condiciones, que se pueden analizar con ecuaciones físico-matemáticas, la atracción gravitatoria puede llegar a ser tan intensa que hasta la luz -ese veloz chorretón que se mueve a 300.000 km/s y que constituía hasta hace apenas un par de décadas, el límite teóricamente insuperable- es atrapada. Tenemos allí el centro del agujero negro, un peligroso fagotizador para otros soles y galaxias, una astral hormiga león enigmática en su cueva, dispuesta a comerse lo que tenga cerca, calculado en millones de kilómetros.

Como Hawking y los suyos siguen dándole vueltas al magín, van descubriendo nuevos matices, correcciones y contradicciones en sus teorías. Excepto para muy pocos, el resto solo entendemos lo que nos imaginamos a partir de expresiones gramaticales sugerentes, pero poco científicas, en realidad: agujeros, enanas, explosiones y contracciones.

Tenemos, por supuesto, un agujero negro en la Vía Láctea. Posiblemente -puestos a elucubrar- exista un agujero negro en cada uno de nosotros, aunque ignoramos qué ecuaciones conducirían a descubrirlo. 

El carretero no se inmuta. Seguro solo de lo que controla, está seguro de que, si abandonase el carro, sus bueyes se despeñarían. Cuando alguien le comenta que existe una probabilidad determinable de que los átomos del carro y de los bueyes se orienten en la misma dirección y avancen hacia arriba, en un salto mágico, sonríe. A él le van a tomar el pelo.

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