Sobre la política exterior española
La política exterior española tiene características temperamentales que convendría evitar. En las relaciones con algunos países, se perciben orientaciones señaladas por las filias y fobias del Ejecutivo en el poder. En otras, resultan singulares ciertas manifestaciones que cabría definir como afectivo-monárquicas. En muchas, se transmite una sensación de improvisación.
No pretendemos en este reducido comentario pasar revista a la panoplia de interrelaciones que definen la estrategia internacional. Pero sí deseamos señalar algunas incongruencias.
España pertenece a dos colectividades con las que tiene lazos políticos y afectivos que la sitúan en una posición singular. Desde luego, la pertenencia a la Unión Europea, debiera señalar una de las orientaciones básicas de su política internacional, coordinando la base de su posición frente a otros países en línea con las de los demás países europeos y, en especial, con los más activos. La estrategia internacional de Francia, el Reino Unido y Alemania debería ser un esquema general al que convendría adaptarse, singularmente en cuanto a la actitud respecto a Estados Unidos.
Sorprende, por tanto, que nuestros políticos se apresuren a definir posicionamientos en relación con los candidatos a la Presidencia norteamericana. La más elemental prudencia aconsejaría mantenerse al margen de manifestar afectos. Se puede entender que Barak Obama sea más simpático a los socialistas que el republicano McCain, pero de ahí a que Rodríguez Zapatero o Esperanza Aguirre hayan expresado sus preferencias, va un paso arriesgado. El líder de la oposición Mariano Rajoy ha sido más cauto, al reconocer que "ambos candidatos tienen cosas en su programa" que le gustan.
El otro eje imprescindible de la política exterior española es, por supuesto, el cuidado de las relaciones con los países sudamericanos. Líderes como Castro, Chaves o Evo Morales tienen comportamientos que resultan, sin duda, criticables desde una óptica de lo que sería deseable que manifestaran, pero entrar en una guerra fría de críticas y distanciamientos, no hace sino perjudicar las relaciones económicas entre los países. No se puede olvidar que han sido elegidos democráticamente por sus respectivas poblaciones -o son apoyados mayoritariamente por ellas- y entrar en descalificaciones afecta negativamente sin contraprestación alguna.
Sería, en fin, deseable, una actitud más diplomática en nuestra política exterior. Los intereses a salvaguardar son, en fin, los propios. Defender un orden internacional siendo un país de segunda línea puede ser visto como muy valiente en algunos foros, pero sus consecuencias prácticas no son visibles en el lugar en donde hay que ver traducidos los frutos de la política internacional: en la economía del propio país.
1 comentario
Guillermo Díaz -
Pasamos de una posición en política exterior sólida, conseguida por los gobiernos anteriores (primero del Sr. González y después del Sr. Arnar), a una política realmente deficiente.
Hace tiempo que el Sr. Moratinos debería de estar apartado de su puesto.