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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los métodos de establecer las prioridades

Los más jóvenes lo han tenido más fácil a la hora de establecer sus prioridades. Acá en España, por lo menos. No han tenido que consumir energías para hacerse un hueco entre religiones y dictaduras: el agnosticismo y la libertad de expresión les fueron dadas, como un regalo de sus progenitores. No nos extrañará, pues, oirles hablar del carpe diem y creer que lo que tienen a la mano estuvo siempre así de atopadizo.

Se están equivocando, sin embargo, los que niegan valores a esta juventud que tiene menos de treinta y cinco años. Han hecho de otros su bandera. No han perdido tiempo en milicias, saben menos seguramente de convivencia con desconocidos, pero han aprendido por experiencia el valor de la amistad entre los compañeros de escuela o de instituto, por ejemplo.  Tienen otro concepto de las dificultades de la vida. Sus coordenadas no son las mismas que las que sirvieron para fijar los intereses de sus padres.

Si universitarios, saben que el título les garantiza poco y que, si quieren ser valorados en la empresa, han de acumular méritos y títulos para superar difícilmente sueldos de subsistencia. La cultura de todos, entregados a trabajos manuales o a elucubraciones con números y letras, es mucho más alta. En la calle, sin los gorros efímeros del poder humano, son iguales.

La mayor diferencia con sus padres la encuentran, sin duda, las mujeres. Mejor preparadas, más iguales -y por ello, en tantas cosas, superiores al varón-, la revolución sexual les ha tocado de lleno y aún están asimilando algunas consecuencias del vaivén que se debe asociar a todo cambio brusco.

En lo que nos parece que esta sociedad ha perdido el camino es en no haber encontrado, aún, el equilibrio de sus individuos en el terreno del trabajo, que es tanto como decir, la utilidad que cada uno presta o debe prestar a mejorar la convivencia, el bienestar de todos. Nuestra sociedad no ha sabido que hacer con sus mayores.

No hablamos solamente de los ancianos, sino del desperdicio que suponen las prejubilaciones, los desempleados con más de cuarenta y cinco años que tienen muy difícl, sino imposible, encontrar nuevo empleo si pierden el que tenía.

Hemos teorizado hasta la saciedad sobre la necesidad de adaptación, sobre lo importante que es la formación continua. Pamplinas. En una sociedad automatizada, en la que el trabajo individual tiene, por lo general, una componente repetitiva, los más jóvenes son, sobre todo, más baratos. Y los empleadores no tienen problema en desplazar a los senior para aminorar la carga salarial de las empresas.

El daño que nuestra sociedad recibe con ello es imprevisible, pero, con seguridad, incalculable. Y estéril, estúpido incluso. Porque resulta que tenemos que soportar pensiones de jubilación y cargas sociales de desempleo que podrían evitarse con mejor raciocinio de lo que pretendemos como colectivo. Por no decir también que con salarios de miseria, con los que no se puede sostener una familia, lo que se ha conseguido es que los empresarios y empleadores (también el Estado) tengan mano de obra más barata, y más opciones, cuando en las familias sigue entrando la misma cantidad de dinero con mucho más esfuerzo.

 

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