Sobre el ahorro de agua y su recompensa
Como en España se mantienen los síntomas de un año seco, la cuestión del agua sigue entre los temas cruciales. Como es conocido, cuando un tema es esencial, todo el mundo quiere opinar, los ánimos se enconan, y el tiempo pasa sin tomar soluciones. Se reproduce, en fin, la fábula en la que el lobo se come a los borregos que discuten en su presencia, en lugar de apresurarse a buscar cobijo.
La cuestión central del agua es que, junto a su creciente escasez, en los términos de pureza en la que nos gustaría encontrarla, se trata de un bien cuyo precio no puede ser regido por el mercado, porque aunque es posible priorizar unos usos -consuntivos o no- sobre otros, lo importante es que hay que trasladarla desde los puntos en los que se encuentra en la naturaleza a aquellos en los que la actividad humana lo demanda. Resulta que el mayor consumidor/usuario del agua dulce es la agricultura, actividad esencial para quien produce, pero aún más importante para los que comemos productos del campo, que somos todos. Y ese gran usuario (70% de la demanda de agua) no puede pagar el recurso al mismo precio que el consumidor urbano.
En España, el precio medio del agua para consumo de boca anda por 1,2 euros el metro cúbico. Se consumen del orden de 150 litros por habitante y día -siempre aproximadamente- por lo que los 45 millones de habitantes del año 2008 necesitan que se les ponga al alcance, se distribuyan, potabilicen y depuren del orden de 2.200 Hm3, proporcionando unos ingresos a las arcas municipales o de los concesionarios del bien, de aproximadamente unos 2.600 millones de euros.
Hay que ahorrar agua, éste es el lema. Si se reduce el consumo urbano en un 10%, se necesitará distribuir, potabilizar y depurar 220 Hm3 menos, que podrán emplearse en la agricultura, o servir para abastecer nuevas construcciones urbanas, con capacidad para otros 4,5 millones de personas más.
Pero el precio del agua no va a bajar por ello; al contrario, probablemente aumentará, porque el "equilibrio económico financiero" de las entidades que se encargan de proporcionar este servicio público, exigirá que el precio medio del agua tenga que subir lo suficiente para mantener los ingresos anteriores y, por supuesto, recuperar la inflación. El nuevo precio del agua será, por tanto, 1,33 euros/m3, con una subida del 11,11%. Ese será el premio a la eficiencia ahorrativa de los usuarios.
Aunque no hay cifras fiables, pero se acepta para esta discusión de ideas básicas, que el agua para riego se paga a unos 0,15 centimos/m3, y que se consumen más de 20.000 Hm3, poniendo en circulación una masa monetaria relativa de "solo" 3.000 millones de euros, que genera, sin embargo, una actividad industrial relativamente inmensa: el campo es responsable, incluso en estas épocas de abandono de aldea, del 4% del PIB español.
La cuestión no está, por ello, en el precio del agua de boca para usos urbanos, y tampoco en subir el precio para los agricultores, sino en decidir de una vez sobre las prioridades más rentables para el conjunto de la sociedad y asignar un precio para el bien al metro cúbico urbano que subvencione, directamente, el consumo agrario.
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