Sobre el papel de la Monarquía como Jefatura de Estado
Los intentos de provocar conmoción social respecto a la necesidad de mantener la Monarquía como Jefatura de Estado que estamos viviendo, aparecen como manifestaciones interesadas, de clara vocación oportunista. Ningún elemento nuevo se ha introducido en el panorama democrático, salvo la proximidad a las elecciones generales.
Hay que recordar el papel que ha jugado S.M El Rey Juan Carlos como elemento estabilizador de la Democracia, su simbolismo como garante de las libertades democráticas, su proyeccíón exterior como activo (y, por comparación, excelente) Jefe de Estado, enmarcado por una sabia prudencia y experiencia personal, añadida al carisma personal de que se ha hecho acreedor. El prudente, pero sabio papel de la Reina, Da. Sofía, y de sus hijos, entre los que cabe destacar al Príncipe Felipe, educado perfectamente (y nos ha costado caro) para asumir, en su momento, la Jefatura del Estado, (con los escaso margen de actuación práctica que le concede la Constitución) no pueden tampoco ser ignorados, pero tampoco llevados a la devoción de idólatras.
Lo decimos desde una posición republicana, que no puede estar exenta de pragmatismo. La abolición de prebendas históricas, avaladas por un proceso en el que algunas facciones interesadas se aprovecharon de la situación existente, para obtener privilegios, es un deseo que debe animar -de forma irrenunciable- a quienes creen en la igualdad de los seres humanos, en la defensa de las oportunidades para todos, en la firme convicción de que nadie es superior a otro por nacimiento, creencias, o raza.
Pero esto no debe eximirnos de reconocer el sentido de la oportunidad y la sensatez de las reivindicaciones, para evitar un proceso desestabilizador que nos puede causar mucho más daño que ventajas.
Podemos y debemos opinar sobre determinadas actuaciones de la Familia Real, en cuanto nos parezcan inadecuadas, erróneas o insuficientes. Podemos opinar sobre matrimonios, comportamientos individuales, de sus miembros, dentro de nuestro ejercicio a la libertad de expresión.
Podemos estar en contra de que el Rey asuma la Jefatura de las Fuerzas Armadas, porque eso no va a dar más que probemas a nuestra aún joven democracia. También estaríamos en contra de un trato desigual en la defensa, utilizando el aparato jurídico de oficio, para ventilar lo que afecta al honor personal de reyes, príncipes, periodistas, políticos o gente de la calle, porque todos somos seres humanos iguales: ¿o no?
Pero de ahí a pretender cambiar la forma de Gobierno, creando algaradas callejeras y espectáculos de gusto soez, que atentan, además, contra la dignidad de las personas o inquietan a las gentes de paz, sin objetivos conocidos, hay tanta distancia, que debemos pronunciarnos. No a la quema de fotografías reales, no a las expresiones contra la forma de Gobierno, no a la utilización partidista de símbolos que son de todos. No a la pretendida ridiculización de las figuras institucionales.
La Constitución es determinante, y su acatamiento es la base de nuestro sistema democrático, con el Rey, formalmente, a la cabeza. Quienes quieren aprovechar momentos de incertidumbre (locales, mínimos, en absoluto preocupantes) para beneficiar su objetivo, que no es otro que provocar malestar y caos, merecen el más profundo reproche.
Desde aquí proponemos una manifestación de apoyo a la Constitución y a la figura del Rey, magníficamente encarnanda, hoy por hoy, en el insustituible D. Juan Carlos. El se ha hecho acreedor a esta solidaridad, que, justamente, tanto nos beneficia, indirectamente, a todos los que deseamos vivir en paz y tranquilidad.
Y, en la misma línea argumental, entendemos que la aplicación de los procedimientos judiciales, para condenar unos hechos que el Código Penal no ha matizado adecuadamente, no hace sino contribuir a dar cancha a los minoritarios que no saben a dónde van ni, por supuesto, a dónde quieren conducirnos, salvo a un nuevo desastre, del que históricamente tenemos ya pruebas bastantes.
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